Sancti Spíritus es una de esas ciudades tierra adentro, inadvertida para muchos, pero amada por otros. Fue fundada por el adelantado Diego Velázquez en los primeros meses de 1514, en un  lugar llamado Pueblo Viejo,  sitio que tiene el privilegio de haber sido testigo de las palabras del Padre Bartolomé de las Casas, conocido también como Defensor Universal de los Indios por su Sermón del Arrepentimiento, en el que denuncia el sistema inhumano de las encomiendas, establecido por los colonizadores para con los aborígenes. 

Después de un corto plazo de existencia, como casi todas las villas hermanas y  por causas no precisas, económicas, incompatibilidades de mando, o por la tan mencionada presencia de una plaga de hormigas —lo que constituye parte de la leyenda de su embrujo histórico—, la villa  se asienta definitivamente en 1522 en las márgenes del Río Yayabo, a casi ocho kilómetros del lugar fundacional.

Los primeros siglos de la villa pasaron bajo las prerrogativas y particularidades de la metrópolis, las campañas de conquistas hacia el continente, ataques de piratas y filibusteros, el contrabando, y su posición geográfica, que la sumergen en un proceso lento para su desarrollo y con un gran apego al terruño.

Finalmente, después de 66 años de espera, en 1680, se concluye la construcción de mampostería y tejas de la Iglesia Parroquial Mayor (Monumento Nacional), hito urbano imprescindible para la cualificación urbana y del territorio.

Con ello iniciaba la proliferación de otras instituciones religiosas que marcaron espacios en la villa: las ermitas de Jesús de Nazareno en 1689, la de la Vera Cruz en 1690, y las Santa Ana y de la Caridad, en los inicios del siglo XVIII, que van marcando su perímetro poblado, y la villa abandona un poco su crecimiento hacia el sur, limitado por el río. La trama urbana medieval de plato roto queda marginada por el impulso hacia el norte en un trazado semirregular, siguiendo la trayectoria marcada por la calle Real (actual Independencia), que se convirtió en el eje rector del nuevo trazado, y de la división de sus diferentes barrios, adquiriendo sus solares el valor máximo de doce reales la vara. 

En 1763 la villa se negó a obedecer al rey inglés, por esta razón el escudo aprobado por la monarquía en 1822, ostenta en su faja central la frase Mi lealtad acrisolada.

Luego en 1831 se construye el puente sobre el Río Yayabo, Monumento Nacional, abriendo posibilidades concretas de comunicación y expansión urbana, hacia la zona sur de la ciudad que, unido a acciones de progreso económico y cultural contribuyen a que, en mayo del 1867, se obtenga el título de ciudad.

Sin embargo, para valorar a esta ciudad, no solo basta con realizar los estudios y análisis de su desarrollo o evolución histórica, económica, social y cultural, que conlleva un tema de esta naturaleza, detrás de un buró o mesa de trabajo, es también, transitar por sus calles, sinuosas o rectas, empedradas o asfaltadas, conocer sus casas,  sus gentes y respirar su aire, que es diferente al de otras ciudades.

Por  tanto, el valor del patrimonio cultural de Sancti Spíritus está condicionado a un sutil apego a la tierra, y a la capacidad creativa de sus hijos de acomodarse en una superposición de épocas, donde las características de su arquitectura y el urbanismo son evidenciadas en sus parques, sus calles sinuosas empedradas, sus casas, y en los edificios emblemáticos que muestran exponentes de los techos mudéjar. 

La sencillez formal del Neoclasicismo decimonónico, con la pintura mural y la herrería, hacen gala de una artesanía excepcional. El surgimiento del eclecticismo republicano, apoyado por la impronta del siglo XX, y sostenida por el desarrollo de la ganadería, hacen de esta ciudad una exquisita comunión entre estilo y ambiente, que conjuga con otros más cercanos como el Art Deco y del Movimiento Moderno. 

Esta situación nos permite disponer de un Centro Histórico de primera línea, con una extensión de 80 hectáreas, en su Zona declarada Monumento Nacional, y de 27 hectáreas más a su alrededor, como Zonas de Valor Histórico Cultural, las que complementan las 107 hectáreas del tejido edilicio protegido en nuestra ciudad. 

Resulta significativo cómo el Río Yayabo ha constituido motivo de leyendas. El Güije, aquel negrito travieso mitad hombre y mitad animal, que vive en las aguas del río y sale por las noches a robar los dulces de las cocinas de las casas.

A ello se suman las canciones y estribillos, «Yayabo se botó», «Luna Yayabera», «Florecita del Yayabo»,  la trova y los tríos espirituanos, que hacen gala de sus excelentes voces, a través de las canciones Pensamiento, Mujer Perjura, Herminia… todos con una refina melodía.

Por otro lado la ciudad y su contexto natural también han sido objeto de la pupila de los pintores espirituanos en sus diferentes rincones del paisaje urbano y natural, esta combinación del colorido terracota de los techos y los fondos azules y verdosos de su contexto natural ha desarrollado un verdadero movimiento en la plástica espirituana, autores como Manuel Castellanos, Juan Rodríguez Paz «El Monje», Antonio Díaz, Luis García y otros más han llevado la vanguardia en la plástica.

El apego y amor a la ciudad también está presente en las obras de los escritores, y es percibido en el producto narrativo y la poesía que tienen un referente formal identitario, por su extensión y dimensiones conceptuales y genéricas.

Destacan obras de los poetas y escritores, como Esbertido Rosendi Cancio, en Canto de ciudad y Paquéle, y el escritor Julio M. Llanes, que constituyen ejemplos de esta manifestación en la ciudad yayabera.

Sancti Spíritus es también tierra de historias, muchos de sus hijos dieron su vida por la libertad de Cuba, siendo la más descollante, la del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, combatiente de las tres guerras de independencia, bajo las ordenes de Máximo Gómez y Maceo, que antes de morir en combate el 18 de noviembre de 1896, en un sitio cercano a nuestra ciudad conocido como «Paso de las Damas» (Monumento Nacional) dejó una orden a los cubanos de aquel entonces y de ahora «Que siga la marcha».