Matanzas
El cafetal francés de La Dionisia. El profundo Canímar, en Matanzas, fue un valladar infranqueable en muchos años de la colonia. Esta protección permitió que surgieran en su orilla este varios cafetales con esclavos y que se exportara directamente el grano por la desembocadura del río, en veleros clandestinos con rumbo a la Louisiana. Una de aquellas estancias de principios del siglo xix, llamada La Dionisia, fundada por un colono francés, se ha mantenido casi intacta hasta la actualidad con instalaciones originales y su notable casona de tejas importadas de Francia, hoy habitada por hospitalarios criollos. Solo centuria y media después del establecimiento de se franqueó el obstáculo del río al tenderse el gran puente Canímar, de la Vía Blanca.
La ruta del esclavo. La represión colonial contra esclavos y negros emancipados tuvo escenario prominente en el antiguo castillo de San Severino y por eso se recuerda allí ese cautiverio en la ciudad de Matanzas, de decenas de miles de africanos y de su descendencia nacida en Cuba, incluso libre. Forzados con látigo, cepo y muerte, aquellos hombres y mujeres llevaron sobre sus hombros el rápido fomento del azúcar y el café, llegaron a sublevarse y su rebeldía fue ahogada en sangre, a manera de drástica advertencia para que no se repitiera en Cuba una revolución negra como la de Haití. El viejo ingenio Triunvirato, a poca distancia, recuerda esos alzamientos del siglo xix.
Secretos del río Canímar. Junto a sus orillas escarpadas, casi debajo del gran puente Guiteras, se localizan evidencias arqueológicas que aluden la existencia de comunidades aborígenes recolectoras muy primitivas, de la etnia de los primeros pobladores de Cuba. Sus simples instrumentos y varios huesos, algunos de los cuales prueban un raro canibalismo, se atesoran hoy en el castillete costero de la desembocadura, de casi un par de siglos, devenido museo. Durante la colonia la misión del castillo fue la de hostigar e impedir a los contrabandistas que sacaran azúcar, café y cera desde tierra adentro, por el propio río. El sinuoso y profundo cauce del Canímar, flanqueado por altas orillas boscosas, de bellísimos paisajes, recibe las aguas del Guamacaro y en su confluencia perviven los restos de un almacén de azúcar a, de cuando se embarcaba el dulce de varios ingenios. Los turistas pueden disfrutar aquí de un agradable almuerzo criollo y campestre.
Turistas aborígenes en Varadero. Una pequeña caverna casi disimulada por la vegetación, muy cerca de la línea de playa en Varadero, rebosa pictografías aborígenes antiquísimas que indican que el sitio fue habitado por aquellos hombres primitivos llegados de otros lugares -¿los primeros turistas de la Playa Azul?-, solo por días en algunas temporadas lluviosas, porque allí no hay reservorios naturales de agua dulce. La lluvia se filtra por el techo de la caverna y la luz solar, por sus dolinas, en la terraza marina emergida donde se localiza la cueva de Ambrosio, junto a la carretera al extremo norte de la Playa Azul. En una laguna natural de agua salada de este lugar, donde se encuentra El Patriarca, un señalado cactus arborescente sexticentenario, se explotó una alba salina desde principios del siglo xvi.
Varadero: una inmensa piscina de fondo mullido . El provocativo color del mar le añadió el sobrenombre de Playa Azul, en sus increíbles veinte kilómetros continuos de arenales de la Península de Hicacos, pero su nombre parece provenir de los litorales de sus lagunas de agua salada del extremo norte, en donde hace siglos se cargaban de sal los veleros hasta que se varaban. Hasta allí existe la franja playera, con su eje longitudinal en línea con los vientos alisios del nordeste, brisa y terral, atenuándolos y haciendo a sus aguas más tranquilas, como si fuera una inmensa piscina de fondos mullidos por la arena. Así el contacto con sus aguas transparentes, resulta casi sensacional, porque además su arena es tan fina que parece agua deslizada entre los dedos de una mano. La brisa y el olor a mar, la irradiación solar temprana, los calores que los vientos hacen soportables, y todo el largo paisaje costero, repleto de bellos hoteles y jardines, componen lo que se ha dado en llamar el efecto Varadero, excepcional en el Caribe y único de Cuba.
Convenciones, hoteles, playa y golf. La terraza natural de San Bernardino, en el segmento medio de Varadero, es locación de tres grandes hoteles de máxima categoría de la cadena Sol Meliá, con sus propios bungalows, frente a un largo tramo de excelente playa. En medio se halla un gran centro comercial y el Centro de Convenciones Plaza América, e inmediato a la llamada Autopista Sur, los greens del bellísimo Varadero Golf Club, atravesado por una albufera (laguna de agua salada) y considerado un buen campo de competencias y preparación deportiva, a lo profesional. Junto a los arenales y el azulísimo mar se encuentra la antigua casona de los Dupont, que hace casi un siglo compraron estas tierras a precios ínfimos. Se le llama Xanadú y guarda todavía los vinos de calidad en una cava subterránea, listos para servir en su restaurante de lujo.
La Ciudad Bandera y el cangrejo gigante. La ciudad más próxima a Varadero es Cárdenas, donde se enarboló por primera vez la bandera nacional, a mediados del siglo xix. Una autopista de quince kilómetros, que atraviesa productivos yacimientos de petróleo y gas, llega desde la Playa Azul hasta un cangrejo gigante fundido, símbolo de la pequeña urbe. Tiempo atrás Cárdenas se veía invadida por oleadas del crustáceo de tierra, que salía masivamente a desovar a la bahía con los aguaceros de la primavera y que engendró una sabrosa gastronomía local. Cárdenas tiene como curiosidad otros dos monumentos populares: al carruaje de caballos y a la bicicleta, pero se vanagloria del centenario museo Oscar María de Rojas, con reliquias de la guerra de independencia en la zona, armas, una carroza fúnebre tirada por caballos... y dos pulgas vestidas.
El mar agrio de Matanzas. Una ancha franja de plantaciones de frutas cítricas, de más de veinte mil hectáreas, la mayor de Cuba, se extiende a lo largo del centro sur de esta provincia, muchas sembradas a base de dinamita y martillos neumáticos sobre la roca viva aflorante. Aquella se exporta fresca o en jugos, y se aprovecha mucho. En broma se dice que si triturar estos agrios hiciera ruido, de seguro su industria derivada de la ciudad de Jagüey Grande lo utilizaría de pitazo fabril. Buena parte de esta zona agria está cruzada de carreteras y redes eléctricas y telefónicas, y de planteles de la enseñanza de nivel medio, que tal vez se asienten sobre los trazos existentes de caminos y vías férreas del siglo xix, de una iniciada recolonización norteamericana que llegó a proyectar un central azucarero por cada 520 hectáreas. Sirve hoy a la zona la Autopista Nacional.
La ciénaga mayor. La pequeña ferminia, de dulce trino, vive únicamente aquí, bien adentro en Santo Tomás, pero no es fácil de hallar aunque se le oye. También originario de ese bajo yerbazal fangoso es el cabrerito de la ciénaga, que pía pero no canta, e igual la gallinuela de Santo Tomás, que casi no tiene cola y tampoco trina. Su hábitat es extremadamente reducido y prácticamente se toman como curiosidades de la naturaleza en la gran Ciénaga de Zapata, costa sur de Matanzas, un Parque Nacional de 70 000 hectáreas. Allí se dejan ver el tocororo, las garzas reales, las cotorras y hasta el minúsculo zunzuncito, que es el ave más pequeña del mundo. Pero en sus canales y pozas se conservan ejemplares del autóctono manatí, un corpulento mamífero, y del endémico manjuarí, un pez fósil de la era mesozoica, cubierto de escamas óseas. En sus lagunatos habitan el cocodrilo de hocico chato (Rhombífer), único de Cuba, y el de hocico agudo (Acutus), que también existe en las costas pantanosas del Golfo de México y Caribe, ambos de impresionante tamaño. Existe un criadero de las dos especies en La Boca, que es el acceso fluvial de la Laguna del Tesoro, lugar donde la leyenda afirma que los aborígenes cubanos vertieron su oro espantados ante la llegada de los conquistadores hispanos, en el siglo xvi. Por La Boca pasa la única carretera norte-sur que atraviesa el humedal, el mayor del Caribe insular. Esta vía comunica con Playa Larga y Playa Girón, que en 1961 fueron ocupadas por invasores desembarcados por la Bahía de Cochinos, en una expedición preparada contra Cuba por el Gobierno de los Estados Unidos y que fue derrotada en menos de 72 horas por soldados y milicianos.