Impresiona la imagen de las manos de la mujer panameña que convierten materiales mortales como telas, hilos, encajes en tanta maravilla

Verla abrirse como la cola de un pavo real, moverse con la gracia que sale del corazón de las tradiciones. A nadie deja indiferente. Así que hablar de la pollera es simplemente hablar de la sensibilidad de la mujer panameña, que la elabora, que la vive, que la viste.

Resulta casi imposible describir esta prenda, que orgullosamente es en Panamá un patrimonio de la nación, a la vez que una tradición cuidada con esmero.

La pollera tiene su origen en los vestidos de las damas españolas de los siglos XVI y XVII, aunque para otros va más allá, Lo que sí está claro es que los trajes hispanos, elaborados con tejidos de hilo, oro y plata sobre terciopelo o seda, tomaron acá el encanto de la tela blanca y una saya de amplio vuelo con dos o tres z

Se conoce que la pollera es hija de la herencia española, especialmente de Sevilla y de toda Andalucía, por lo cual se asevera que es una mezcla del vestido usado a lo largo de toda la península Ibérica. Sin embargo, el traje de la mujer cordobesa no se diferencia mucho del panameño, que se adaptó al clima y posición geográfica del Istmo de Panamá, y que ha ido evolucionando desde la conquista hasta nuestros días.

Con el paso de los años, fue teniendo versiones propias: santeña, herrerana, ocueña, veragüense, coclesana, chiricana, darienita, colonense y bocatoreña, adquiriendo vida y personalidad propias, porque a pesar del tiempo transcurrido, y como símbolo de la identidad nacional, la pollera goza de muy buena salud.