Ojos de Alfonso Reyes
Borges que, como todo el mundo sabe, se resistía bastante a la mano suave, escribió un gran elogio sobre Alfonso Reyes; unos versos que podrían ser lo mismo antesala o conclusión del libro publicado recientemente por el mexicano Héctor Perea,* acucioso investigador y coordinador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Perea comienza su estudio insertando referencias sobre la admiración que despertaban los singulares garabatos en pizarrones y libretas, lo que generó que en el Monterrey de entonces, auguraran al niño Reyes un futuro inequívoco y pleno como pintor. Comenta Perea que, aunque esas primeras señales no fueron atendidas en rigor, nunca el regiomontano se apartó totalmente de ellas. Así, corriendo más el tiempo, Reyes volvería a las artes plásticas mediante el ejercicio de la fotografía y del dibujo. Mas, donde verdaderamente puede hablarse de una relación permanente, esencial, es en su escritura, la que debe ser vista –de acuerdo con Perea–, como una forma de pintar valiéndose de las palabras, con las cuales, sabemos, podía construir imágenes y coloraciones peculiares.
Muestra Perea al Alfonso Reyes que afirma rotundo: “yo creo en la crítica de arte”, y que confía en el crítico intruso (el literario), ya sea directamente al comentar la obra de un artista –aún cuando (cito otra vez a Alfonso Reyes): “carezca de ese secundario interés que llamamos el interés técnico”–, o sencillamente en aquellas piezas literarias donde los apuntes refuerzan, de modo tangencial, un ambiente o el carácter de un personaje.
El maestro, imprescindible autor que ejerció influencias en el ámbito literario de toda Hispanoamérica, quien escribió va- rios géneros y se destacó en el ensayo de inteligencia lúcida, integró el lenguaje de la plástica como parte natural de su quehacer, y quizás por eso pudo realizar esa labor poco común de desmontar o descifrar alusiones a obras de la plástica en textos de ficción.
Héctor Perea analiza esa cualidad de Reyes a partir de varios ejemplos; entre ellos me gustaría destacar uno, el artículo “Vermeer de Delf y la novela de Proust”. Vermeer de Delf no sólo vinculado a los personajes Odette y Swann (nos aclara Perea) sino como un catalizador de atmósferas trasladadas, o asimiladas en el ámbito de la novela como santo y seña de Proust y del propio Reyes. Dice Perea:
Alfonso Reyes consideraba la posibilidad de que Proust nos hubiera dejado una clave en la elección de Vermeer, “ley-motivo” o “manía-rítmica” dentro de la novela, como acompañante mudo de Swann. Pero al mismo tiempo, en la elección de ambos, del novelista y el pintor holandés en función de temas del ensayo, Reyes, repito, lo que también hacía era dar algunas pistas sobre su propio enfoque de la literatura, y en particular de la ensayística.
Ojos de Reyes es un volumen que capta y acopia vislumbres como ésos para privilegiar y enseñar a apreciar otras aristas en la labor del autor de “Ifigenia cruel” y de “Visión de Anáhuac”. En este sentido, Perea esgrime armas acerca de la trascendencia del pensamiento del polígrafo en función de las artes, suficientes argumentos como para validar la frase: “En cuanto pongo los ojos en un objeto veo en él cuanto hay”, que con toda razón, sustenta el excelente título del libro.
Es apreciable que la búsqueda de Perea rebasa lo meramente puntual; se sustenta en un cruce de información, en reinterpretaciones y profundidades a la altura de las exigencias del propio objeto de estudio. Se abordan y documentan aquí las facetas de Reyes coleccionista, crítico (más bien observador del arte como prefiere llamarle Perea citando a Raquel Tibol), pensador, y parte activa del entorno artístico de su época como escritor y también diplomático, función esta última que le permitió (en sus estancias por varios países) confraternizar o admirar a artistas como Picasso, Portinari, Tarsila do Amaral, Cícero Dias, quienes (junto a coterráneos como Diego Rivera, José Clemente Orozco, Manuel Rodríguez Lozano, Juan Soriano, Julio Ruelas, y tantos otros), tuvieron el privilegio de que sus obras fueran miradas, a veces para ponderar virtudes, para filosofar, descubrir y trasmitir claves de una corriente artística, de un modo de hacer o para enjuiciar el arte, la crítica y sus funciones.
Quisiera incluir un fragmento de un texto que Perea califica con justicia como “anticipo del performance multimedia y del ámbito 3D que hoy posibilita el mundo digital”. Se refiere al texto “Contra el museo estático”, donde Reyes, entre otras muchas ideas interesantes anota ésta: “Queremos quemar los museos y fundar el museo dinámico, el cine de bulto, el filme de tres dimensiones, donde el bordador chino borde tapices chinos, y donde el espectador pueda, si le place, ser también personaje y realizar sus múltiples capacidades de existencia”.
Un intenso diálogo es este libro que propone una especie de inteligente anotación de fragmentos temáticos en las Obras Completas de Reyes. Y, de algún modo, crea expectativas acerca de la posibilidad futura de reunir en un volumen los textos referidos para regocijarnos con su totalidad; un trabajo que seguramente tendrá en miras el propio Perea, profundo conocedor de la obra y la vida de Reyes.
Es muy gratificante que este libro (y pienso también en esa esperada compilación) vuelvan a hacernos repetir con Borges: “Sólo una cosa sé. Que Alfonso Reyes/ (dondequiera que el mar lo haya arrojado)/ se aplicará dichoso y desvelado/ al otro enigma y a las otras leyes”.
Héctor Perea: Ojos de Reyes, Serie El Estudio, UNAM, México, 2009.