Si algún arte ha vendido siempre –y muy bien– es el arte político. Si algún fenómeno ha seducido notablemente el ojo de un sector mayoritario del coleccionismo (institucional o privado) es el de las pugnas creadores-poder

En los últimos tiempos las ferias de arte contemporáneo han demostrado una capacidad creciente para superar la inmanencia de su estatus mercantil y convertirse en un suceso estético-cultural de primer nivel, emulando la calidad artística del modelo bienal, en evidente declive. Una prueba de ello es el visible rigor de las más recientes ediciones de Balelatina, Art Basel, Art Forum, ARCO, Art Toronto, Art Moscow, FIAC París, Shanghai Art Fair, entre otras que se han erigido en un honesto termómetro de las complejas dinámicas de la creación artística de hoy a escala global.

En esta dirección se sitúa la pasada edición de PINTA New York (nov. 10-13, 2011), la cual arribó a su quinto aniversario (celebrado con un cambio de locación hacia el corazón mismo de Manhatthan), y contó con la presencia de más de cincuenta galerías de consolidado prestigio en el ámbito internacional. Lo primero que sobresale de esta cita es su despropósito en relación con el contexto, su desinterés por esos lugares comunes del diálogo y la puja sociales que tanto han lastrado al arte de América Latina. PINTA nos ofrece en esta ocasión una visión más fresca de la plástica de nuestros países, ajena a esas ingenuas utopías de emancipación que intentan cambiar el mundo a través del presunto efecto sísmico y sugestivo de una obra de arte. Cada stand de este encuentro parecía decirnos un “no más” a los lamentos por las penurias cotidianas, un “basta ya” de denuncias y simulacros de confrontación. Mientras algunas voces espectrales andan hablando todavía de la “repolitización del arte”, a la manera de fósiles prehistóricos que intentan ser revividos, PINTA prefiere la ligereza, la banalización, el costado fashion de la creación. Fingir que todo está bien, que la vida es bella, que no hay dictadores ni gobiernos despóticos, que el arte es más feliz en su autonomía. Y eso me parece genial, por cínico, por dinamizador de saturaciones, por inscribirse en ese espíritu nihilista que tanto tiene que ver con nuestro tiempo. Antes que las crónicas societales y los tratados políticos, el masaje visual. Antes que la protesta explícita, el carácter perturbador de la tangente, la estrategia socarrona del avestruz.

No hay nada de estereotipo en las obras exhibidas, mucho menos en lo que atañe al tan vulgarizado tópico de la identidad latinoamericana. Al recorrer una y otra vez los stands me resultaba muy difícil pensar o hablar en términos de “arte latinoamericano”. Los posibles límites entre este y el arte europeo y norteamericano de hoy se me desdibujaban insistentemente (lo cual no me provocaba disgusto, más bien todo lo contrario). Solo me resultaba posible pensar en un único arte occidental, homogeneizado (globalizado) y mundializado hasta los niveles más radicales. Es así que el tan llevado y traído asunto de lo identitario se hacía añicos ante mis ojos, y yo, que he sido siempre tan fervientemente eurocéntrico y occidentalista, no podía menos que estar feliz con dicha constatación. No son pocos los pensadores de hoy que desde el campo de la filosofía se han cuestionado si es posible sostener todavía el concepto de un “arte latinoamericano”. Probablemente PINTA constituya una respuesta contundente a tal interrogante.

También me fue grato corroborar una vez más la marcada sintonía de un segmento considerable y dominante del arte cubano actual (sobre todo el más novel) con la orientación descrita anteriormente. Paralelismo que habla de un potencial para internacionalizarse y de una valía cada vez más progresivos.

Pero volviendo a la idea anterior, a simple vista pudiera parecer que esa postura de “no compromiso” y de sublimación del esteticismo-hedonismo responde a una concesión de mercado, en aras de acceder a un mayor éxito en materia de ventas. Sin embargo, no creo que así sea. Si algún arte ha vendido siempre –y muy bien– es el arte político. Si algún fenómeno ha seducido notablemente el ojo de un sector mayoritario del coleccionismo (institucional o privado) es el de las pugnas creadores-poder, esas poses de rebeldía que, más que una actitud sincera ante el arte y la vida, muchas veces no pasan de ser simples puestas en escena y frívolos mecanismos de marketing para llamar la atención a toda costa a través del show mediático e institucional que supone el accionar de las instancias censoras. PINTA parece estar hastiada de todo eso; no quiere saber nada del panfleto y de las simulaciones de eticidad. Y ese es un motivo más que suficiente para celebrar. Qué bueno que el arte latinoamericano se aparta esta vez del complejo de la víctima histórica (esa que había de ser “defendida” y “protegida” de Occidente, de las metrópolis castradoras, de las dictaduras impías). PINTA se mofa de esa retórica insulsa, huera.

Las galerías con propuestas más representativas de la tesis que defiendo fueron Athena Galería de Arte y Celma Albuquerque Galería de Arte (Brasil); Espace Meyer Zafra (Francia); GC Estudio de Arte (Argentina); Lyle O. Reitzel Gallery (República Dominicana); Salar Galería de Arte (Bolivia); así como Art Nouveau Gallery, Gary Nader Fine Art, Cecilia de Torres LTD, Dot Fiftyone Gallery, Durban Segnini Gallery, Federico Seve Gallery, Josee Bienvenu Gallery, Sammer Gallery LLC y Hosfelt Gallery, todas de Estados Unidos. De esta enumeración se deriva algo sintomático: el grueso de las exhibiciones más interesantes de arte latinoamericano vino de la mano de galerías pertenecientes a países que no son de dicha región: Estados Unidos, Francia, etc. Al parecer la intromisión de los centros culturales hegemónicos en el contexto artístico latinoamericano y en sus dinámicas de legitimación, no resulta necesariamente perniciosa como muchos pretenden, sino más bien oxigenante, enriquecedora (a veces en tanto antídoto frente a los localismos y provincianismos asfixiantes).

Las vertientes estéticas más exploradas en esta ocasión fueron el arte óptico-cinético, la abstracción (geométrica y expresionista), el pop, el minimalismo, el arte povera, el neoexpresionismo. Poco conceptualismo y mucho sensacionalismo. Un saldo que pudo molestar a muchos, pero que a mí me resultó, insisto, bien alentador. En cuanto a nombres de creadores puntuales, destacaron de manera especial los trabajos de Liliana Porter, Mauro Giaconi, Manuel Mérida, José García Cordero, Gerard Ellis, Sonia Falcone, Gastón Ugalde, Carlos Medina, Rafael Barrios, Gustavo Díaz, Gabriela Machado, entre otros. Pero más que detenerme a analizar obras específicas, me interesaba tomar esta edición de PINTA como pretexto o pie forzado para problematizar sobre los complejos tópicos arriba presentados. ¿Se puede hablar hoy de un “arte latinoamericano”, o, lo que es lo mismo, de una “identidad” para la plástica de dicha zona geográfica? ¿Existen fronteras entre este y el resto de la producción artística global, en medio de la desterritorialización y la transnacionalización de nuestros días? Esas son las incisivas preguntas a las cuales nos enfrenta PINTA de una manera descarnada y punzante. A polemizar en torno a sus posibles respuestas quise dirigir la atención de estas líneas someras, surgidas empíricamente, sin mucha meditación previa, más bien como fruto del entusiasta recorrido de un joven “latino” conociendo por vez primera Nueva York, su fascinante universo cultural, sus museos, sus galerías, sus ferias, sus bares y clubes nocturnos, sus saunas y sex-shops… En medio de esa embriagadora experiencia turística y estética se encuentra el germen de estas reflexiones. Pido, pues, me dispensen si he sido en demasía apasionado o efusivo. Tratándose de tal ocasión no podía ser de otro modo. Créanme.

La Habana, diciembre de 2011