Sin título, 2005
Vista parcial de la muestra en la Fototeca de Cuba (Partial view of the exhibit at Cuba’s Photographic Library) / Fotografía (Photo): Rafael Acosta de Arriba

Humanizar la historia, “la pequeña historia”, ocuparse de ella desde el campo de las artes; volver a vestirla de piel para luego desollarla con cada obra, es la intención de lo que me ocupa, con el fin de que cada observador, cada lector –y no espectador pasivo– conserve la sensibilidad que lo hace digno de llamarse humano. Ambra Polidori

Ambra Polidori provoca al inconsciente, al nuestro, con el aguijón de su pupila. Su cámara lúcida es un gabinete freudiano. Néstor A. Braunstein

La muestra Desacuerdos, en la Fototeca de Cuba, de la artista Ambra Polidori (nacida en México y de ascendencia italiana), se sumó a las grandes exposiciones realizadas en nuestro país que han tenido a la fotografía como centro. Si en la década más reciente disfrutamos obras de Manuel Álvarez Bravo, René Burri, Robert Mapplethorpe, Shirin Neshat y Spencer Tunick, entre otros, ahora (septiembre-octubre, 2010) nos llegaron los trabajos de la reconocida creadora para confirmar su altísimo nivel.

Conocí a la artista en México –un amigo común tendió el puente desde Valencia, España. Tanto Ambra como su esposo, el reconocido artista de la plástica Raymundo Sesma, habían conocido personalmente a Octavio Paz, y precisamente yo andaba todavía investigando la crítica de arte del gran poeta y ensayista. De visita en la casa de la pareja, a los pocos minutos de estar hojeando algunos de los catálogos de las exposiciones de Ambra, sentí que debía invitarla a exhibir en Cuba.

Digamos que Ambra Polidori no es en propiedad una fotógrafa; es una artista de la imagen y de la palabra en su sentido más amplio y diverso. Su concepción de la imagen es vanguardista, posmoderna, clásica y revolucionaria, todo a un mismo tiempo. Ella se vale del poder de la imagen para despertar conciencias y sensibilidades, para estremecerlas. De igual forma utiliza el alto valor expresivo de los textos, el carácter punzante de la palabra para desplegar sus rotundos mensajes visuales. Juega, recicla, se apropia y manipula la imagen, la hace copular con el lenguaje hasta sacudir las mentes adormecidas por el barullo desconcertante de los medios y los susurros encantadores del mercado.

La obra de Ambra Polidori es una elaborada demanda contra las iniquidades de los sistemas políticos y las sociedades abusivas y crueles; sus piezas, esencialmente intelectuales por sus contenidos y conceptos, son un grito contra las situaciones intolerables de violencia e injusticia social, en defensa de la infancia y de la mujer, contra los factores que provocan el hambre, e intentan constituirse en contrapeso ante la vulnerabilidad del ser humano frente al poder. De naturaleza eminentemente crítica, sus fotografías, videos e instalaciones, buscan someter a análisis despiadado las zonas de la realidad de su país –y de otras áreas geopolíticas– que merecen la desaprobación del hombre culto y honrado, de las personas de bien, sean cuáles sean sus inclinaciones ideológicas.

Estamos ante una artista de la mejor estirpe del arte crítico y herético desde el punto de vista social, con una obra que no hace concesiones formales ni de rigor, que no se acerca para nada al fácil panfleto sino que persigue siempre las esencias y las honduras del arte y de la vida real. Cuando Ambra Polidori reconoce el carácter tensionante que se produce en su obra entre lo evidente y lo metafórico, y entre la verdad y la ficción, nos está revelando su ars poética, es decir, la clave de su concepción del arte.

Plantearse una reconsideración de lo grotesco del horror, de la violencia y el dolor humanos, desde una formulación estética, es una de las cualidades de la obra que nos ocupa. Polidori sabe que en el arte lo poético puede ser una condición fugaz y esa cualidad efímera, tratándose de la imagen, es resuelta en su obra por la fijeza de su expresividad, con la fuerza de sus representaciones. De esta manera, el núcleo lírico de los motivos y los temas, o lo que es lo mismo, la sensibilidad conmovedora de sus imágenes, resguarda la esencia, su sustancia poética, ante los avatares del tiempo: su obra es de una permanencia duradera, podemos ir y regresar a ella, y con toda seguridad el impacto visual y emocional se volverá a producir. Se trata de un fulgor que desde la intimidad de la propuesta, avanza hacia nuestra mirada exigiéndonos dialogar con la imagen, con su discurso.

La vivencialidad de la fotografía como testimonio y la permanente interrogación que la autora le hace al mundo y a su tiempo, inundaron las salas de la Fototeca de Cuba para dejar el imborrable recuerdo de una de las más impactantes muestras de los últimos años. La obra de Ambra Polidori quedará entre los públicos cubanos como un legado de espeso humanismo.

La oportunidad fue incomparablemente propicia para una entrevista que la Polidori concedió amablemente.

Comenzó usted el trabajo crítico y ensayístico en Lápiz, Unomásuno y otras importantes publicaciones, ¿me pudiera hablar de esta etapa? No hacía mucho había terminado mis estudios de licenciatura sobre lengua y literaturas hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y había experimentado la enseñanza de las mismas en una preparatoria, cuando tuve la oportunidad de trabajar en un diario nuevo, el Unomásuno, fundado y dirigido por Manuel Becerra Acosta –dueño de una intuición y un conocimiento periodístico envidiables– y un gran equipo de periodistas provenientes en su mayor parte del periódico Excelsior –del cual habían sido expulsados. Un diario de espíritu progresista, resultado directo de la reforma política que legalizó a la izquierda y comenzó a abrir el ostión autoritario mexicano a finales de los 70. Un diario mucho más crítico que la prensa a la cual estábamos acostumbrados en México. Comencé en el suplemento cultural, llamado Sábado, dirigido por Fernando Benítez, ocupándome de hacer largas entrevistas a los grandes escritores de México como Juan José Arreola, Jorge Ibargüengoitia, Efraín Huerta, etc. Y, posteriormente, como articulista, colaboradora de la sección de cultura, escribía sobre todo de artes plásticas y fotografía. Y de ahí, a trabajar en algunas revistas como la española Lápiz, especializada en arte contemporáneo.

¿Cómo se desplazó a la actividad de la fotografía? Yo venía tomando fotos desde hacía tiempo, pero mi contacto estrecho con diversos artistas y fotógrafos, debido a mi trabajo en el diario Unomásuno, hizo que el interés y el tiempo que dedicaba a la fotografía, aumentaran al punto de dedicarme por completo a ella. Esto fue a mediados de los años ochenta.

Sus primeros temas tenían que ver con el cuerpo y sus metáforas, después con preocupaciones de índole social más densas, ¿pudiera hablar de esta evolución? No me es posible explicar exactamente qué me sucedió. Lo cierto es que en 1997 mi trabajo comenzó a tomar otro rumbo –en parte las razones son personales y tienen que ver con una experiencia de muerte. Mi obra comenzó entonces a ocuparse del malestar en el mundo, de las guerras, de la enfermedad, de la explotación... El desnudo siguió presente, pero de otra manera, y comencé a valerme, amén de mis fotografías, de la apropiación de imágenes de la prensa y de la televisión. Así nació la serie Más allá de toda duda razonable.

Sin embargo, aprecio cómo su visión a través de las imágenes guarda una íntima relación con el pensamiento más literario o intelectual de los temas que aborda artísticamente. Estoy pensando ahora mismo en sus imágenes a propósito de la obra del escritor y filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein ¿Cómo se produce esta visión nueva y compleja? Seguramente tiene que ver con mi formación literaria, con mis lecturas, mis viajes y con el encuentro con la filosofía y, en particular, con el descubrimiento de las proposiciones de Wittgenstein, las cuales comencé a incluir en mis trabajos como, por ejemplo, en la serie Observaciones sobre los colores, título que parafraseaba el del libro del filósofo vienés, quien se ocupaba no del color en su sentido físico o psicológico, sino desde el punto de vista de la filosofía del lenguaje. Del mismo modo, yo no me ocupaba de la serie del color, pues los trabajos eran en blanco y negro, sino jugaba con su sentido de otra manera, una que tenía que ver con el cuestionamiento de aquellos que se encontraban al margen (los marginados, fuera por raza, ideología o por una guerra). Es difícil explicar porqué se decide hacer una cosa u otra en el arte, generalmente se trabaja mucho por intuición o, al menos, yo lo hago así, independientemente de que me documente en la medida de mis posibilidades sobre lo que quiero hacer.

Su obra aborda temas acuciantes de la realidad de México y del mundo actual, es contestataria y denunciadora de muchas iniquidades. ¿Considera que el arte debiera contemplar siempre este sentido de diálogo con la realidad? Creo que muchos de los artistas reflejan en su obra el mundo en que viven. Ese mundo puede ser el de la duda, el del espectáculo, el de los conflictos raciales o ideológicos, el de la banalidad, el de la violencia, etc., etcétera. Sí, existe en muchos artistas ese diálogo continuo con la realidad. Otros se expresan más por las emociones o lo inexplicable. Considero que el verdadero artista siempre está en diálogo con su realidad, y esa puede ser también la de la locura o la del visionario.

¿Cómo aprecia hoy mismo el estado de la fotografía mexicana? Hoy existen en México muchos fotógrafos y fotógrafas y varios espacios que se dedican a la exposición de la fotografía, sea la tradicional que aquella que tiene un carácter más vanguardista en el sentido de las propuestas y los grandes formatos. Existen algunos autores con grandes propuestas –en el campo artístico como por ejemplo Gabriel Orozco o en aquel de la fotografía de prensa que busca la construcción social y simbólica como Marco Antonio Cruz y Pedro Valtierra– y jóvenes talentosos como Maya Goded, Federico Gama, Adela Goldbard y Daniela Edburg, entre otros.

Hábleme de su trabajo Desacuerdos, que trajo a La Habana, a la Fototeca de Cuba, ¿qué se propuso? Busqué, por una parte, dar una visión “general” de un período extenso de mi trabajo, incluyendo obras realizadas en un pasado no tan próximo pues nunca había exhibido en este país, y por otra parte, producir obras especialmente para Cuba. De este modo, expuse inquietudes sociales y políticas sobre temas como la violencia y los medios de difusión; la muerte de mujeres y niñas en Ciudad Juárez, Chihuahua, México; un divertimento futbolístico en el cual la pelota es un dios y el espectáculo es lo que cuenta; la explotación y victimización de los niños, y los gobiernos que se repiten ajenos siempre a la promesa de compromiso real con el pueblo que están por gobernar. Y una serie de instalaciones como “la libertad de prensa” y su manipulación; los derechos del niño centrados en los párrafos que tocan especialmente el tema de la explotación, incluida la sexual, en la metáfora de un sueño que vuela buscándolos, y una isla vaciada de sí misma, al encuentro de otras tierras...