Del Arte Contemporaneo en Nicaragua
La situación que condujo las riendas curatoriales de aquel proyecto ya no es la misma. Sin embargo, no creo que éste sea uno de los enclaves con mayor visibilidad en Centroamérica. A Nicaragua se le tiene más bien por un país de poetas y escritores, dada su tradición literaria, heredada de figuras tutelares como Rubén Darío y contemporáneas como Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez o Gioconda Belli; pero también exhibe cierta tradición en el campo de las artes plásticas, con Rodrigo Peñalba, Armando Morales, el Grupo Praxis, Alejandro Aróstegui (de hecho, uno de los tres fundadores de Praxis) a la cabeza.
Después de estos nombres, la información es mucho más escasa y fragmentada, y sólo sobresalen creadores aislados. Cuando se habla del arte contemporáneo allí, una de las referencias obligadas es Raúl Quintanilla, artista y pensador agudo que lideró el colectivo Artefacto (lo integraron además, David Ocón, Denis Núñez, Aparicio Arthola y Patricia Belli…), con una vida activa de 1992 a 2002, un grupo alternativo, ajeno a los manejos de la institución arte, y un hacer explosivo de raíz multidisciplinaria que tuvo gran impacto en los medios intelectuales nicaragüenses. Su plataforma editorial fue la revista ArteFacto, con igual voluntad iconoclasta y problematizadora. En la actualidad, Raúl edita la revista Estragos.
La otra es Patricia Belli, creadora interesada en tensar cuerdas entre las políticas de género y la autorreferencialidad, con un manejo versátil de los materiales y de sus poéticas. Patricia está haciendo mucho, además, por llenar los vacíos en la enseñanza del arte en su país. Es el alma y gestora de Espira / La Espora, prometedor proyecto inscrito dentro de las acciones de pedagogía alternativa –al estilo de iniciativas cubanas como Galería DUPP, de René Francisco Rodríguez o Cátedra de Arte de Conducta, de Tania Bruguera. La Espora se financia mediante patrocinios extranjeros, se nutre de las colaboraciones de artistas, curadores y críticos locales o foráneos, y ya cuenta con aceptación en el istmo, pues entre los matriculados figuran no sólo alumnos de Nicaragua, sino también de Guatemala, Honduras, Costa Rica y El Salvador.
Asimismo, Nicaragua cuenta con una bienal nacional auspiciada por la Fundación “Ortiz-Gurdian”. A pesar de los pesares, las bienales –vitrinas o no, cuestionadas o alabadas–, continúan siendo plataformas útiles para evaluar determinadas zonas del acontecer visual contemporáneo. Quizás funcionen mejor, incluso, en el universo circunscrito de lo nacional, como es el caso, en donde permiten tomar el pulso y la temperatura de manera acompasada a una escena artística específica y bien delimitada.
Así lo observé desde mi condición de jurado en noviembre del pasado año, cuando quedó finalmente inaugurada la VI Bienal de Artes Visuales Nicaragüenses, una oportunidad inigualable para acercarse a ese contexto y un buen medidor del quehacer contemporáneo en el país. A concurso se presentaron las propuestas de 39 artistas con 76 obras. Desde el proceso de admisión se pudo intuir algunas de las lagunas que inciden sobre la práctica artística nicaragüense, como las limitaciones en la formación de los artistas, el desconocimiento del ABC en el diseño de la información curricular, en la presentación de los trabajos, en la descripción de los proyectos y sus racionales, en la selección de las obras a someter a concurso y en su posterior puesta en escena, o en sopesar la dimensión real de un evento de esa naturaleza, por sólo poner algunos ejemplos.
Al final del camino quedaron seleccionados 17 artistas con un total de 29 obras. Los dos premios estipulados en las bases recayeron en Wilbert Carmona (primer premio del certamen) y en Cristina Cuadra, mientras obtuvieron mención Ricardo Miranda Huezo, Rossana Lacayo, Marcos Agudelo y Zenelia Roiz. Esta cita integra un circuito bien articulado de bienales nacionales, de modo que estos seis artistas ya deben estar alistando sus obras para representar a Nicaragua en la Bienal del Istmo Centroamericano, en Tegucigalpa (noviembre del 2008).
Fue alentador hallar un panorama bien diverso, con destaque para la presencia mayoritaria de artistas jóvenes interesados en restituir la vitalidad a ese tejido cultural. Una somera observación de lo allí acontecido dejó entrever la puesta al día en relación con los lenguajes y medios de mayor actualidad. Si bien no quedaron ausentes la pintura ni el dibujo, otras tipologías de lo artístico trazaron las pautas principales, con énfasis en la instalación, el arte objeto, el video, la videoinstalación, el género documental o en obras tributarias del web art y las tecnologías de la información. Hubo propuestas interesadas sólo en cuestiones de lenguaje, otras interactivas, mientras buena parte de lo expuesto confirió atención a problemas agudos de la realidad nacional, desde la perspectiva crítica del arte.
Como algo que siempre se agradece, más allá de la muestra del concurso, la bienal facilitó un contacto más profundo con otras particularidades de la escena nicaragüense, como las exposiciones paralelas. En primer lugar estuvo la apertura de la individual de Orlando Sobalvarro, Amerrisque en vuelo, en el Palacio de la Cultura, uno de los maestros del arte nicaragüense a quien se dedicó esta edición del evento. Otras muestras abiertas fueron Tres + una… Cuatro, colectiva de los artistas Ricardo Miranda Huezo, Rodrigo Peñalba, Gabriel Serra y Laura Baumeister, en las Galerías del Centro Cultural Managua; la personal de Patricia Belli, Estructuras y superficies y Metáforas del contexto, así como una de los estudiantes de La Espora, ambas en la Sala Latinoamericana del Palacio Nacional de la Cultura.
La bienal nicaragüense se está convirtiendo en una plataforma de lanzamiento de figuras emergentes. De ediciones anteriores provienen artistas como Ernesto Salmerón, quien ya alcanza cierta circulación regional y estuvo invitado a la Bienal de Venecia. De este modo, el evento puede considerarse mecanismo significativo para evaluar la compleja contemporaneidad nicaragüense, sopesar los aciertos y las limitaciones de esa escena, y devenir, además, foco aglutinador del endeble circuito de promoción, circulación y consumo de la artes en ese enclave centroamericano, si otras instituciones aunaran esfuerzos con ella y le prestaran la atención que amerita. Por lo pronto, se plantea hoy como espacio de actualización al interior del país y uno de los puentes posibles del entorno en que se inserta.
Más allá de las tormentas que todavía la sacuden, lo apreciado en Nicaragua testimonia un ligero despertar de la visualidad del país. La propagación de los medios mixtos y de las nuevas prácticas artísticas, o las preocupaciones en torno a la cultura global, las condiciones culturales periféricas, los problemas de identidad, la violencia, la marginación, la historia, la hibridez cultural, la transterritorialidad, las proyecciones hacia el espacio público y la ciudad como escenario o las nuevas cartografías que diseña nuestra civilización, constituyen algunas de las corrientes de producción y pensamiento que han influido y que funcionan como claves esenciales para entender este resurgimiento.
José Manuel Noceda Fernández (Cuba) Investigador. Curador y Crítico de Arte noceda@wlam.cult.cu