Mientras hurgaba en un eterno crucigrama mental sobre cómo encauzar esta entrevista, me preguntaba qué pudiera aportar sobre René Francisco Rodríguez. Desde luego que podría enfatizar que es Premio Nacional de Artes Plásticas 2010, el mayor galardón que otorga el Consejo Nacional de Artes Plásticas en el país, y doctor Honoris Causa del Instituto de Arte de San Francisco, Estados Unidos.
 Recibió el Premio Unesco por Desde una pragmática pedagógica (DUPP), proyecto sui generis para trasmitir sus conocimientos en las aulas. Ese aporte docente se extiende hasta hoy con la 4ta. Pragmática, iniciativa que «inquiere el espacio y le interpreta en un verdadero emplazamiento fabril, pluraliza la defensa del concepto mediante la relación lúdica entre lo grupal y lo individual, la fluidez colectiva y la emanación de la personalidad de cada quien».
También diría que es uno de los tres artistas cubanos cuyas piezas estuvieron en ArtBo 2018, Bogotá. Y ya está pensando en llevar Taller de reparaciones a la próxima Bienal de La Habana, invitado por el Museo Nacional de Bellas Artes. Pero eso no sería justo con el artista, porque él siente nostalgia de las cosas que ya no hace, como regar el jardín que ha plantado. El mismo que despierta entre las cuatro y cinco de la mañana para trabajar —lo confiesa sin reparos— a puro pulmón, sin jefaturas, sin proyectos incluso.
 No pretendo enunciar postulados que describan la concepción estética del artista ni sus referentes, ni cómo empezó a pintar, ni sus próximos proyectos. Elijo contribuir a liquidar su Deuda. Así se titula su más reciente exposición personal en la galería La Acacia. Son piezas que necesitaban luz, y solo ahora la reciben. Algunas exhiben el paso del tiempo, y ese desgaste, rotura, imperfección también las hace inigualables. Prefiero callar y dejar que sea nuestro artista, mientras se mece en un sillón, quien hable, se juzgue y evoque su pasado, cual exorcismo de mil demonios, de implacable lucha contra la desmemoria.
«Desde niño pintaba mucho. Me influyó la pintura impresionista, incluso antes de pasar por la escuela. Veía en revistas como Bohemia a Vincent Van Gogh, Pierre Molinier, y a los 16 años les hacía copias. Y es que uno pasa por un enamoramiento de la sensualidad de la pintura. Hay algunas que aún me impresionan, por ejemplo, unas mujeres de espaldas de Renoir. En mis obras hay un componente afectivo, muchas están dedicadas a la familia, a mis padres, mis amigos.
»Me gusta el arte de las ideas. Ahí empieza mi trabajo: en la idea. Después está la precisión de elegir el material, aunque algunas veces viceversa. Los materiales en sí vienen con una carga de contenido añadido, como los cables de plomo que colgaban antes en la calle y ahora están reutilizados en mis piezas.
»En los noventa mi trabajo se orientó hacia barrios vulnerables. Allí descubrí con mis alumnos el mundo de los santos y la santería. Tengo un San Lázaro que es médico como mi padre, aunque no vengo de una familia de religiones sincréticas. Los cuadros de Deuda los voy a enseñar por vez primera, porque estaban ahí, echándose a perder. Es como una exploración. Trabajé en barrios como Romerillo, Buenavista, La Habana Vieja. Muchos moradores te decían: “Soñé tres veces que se le apareció a mi madre la virgen”, y había que pintársela.
»Todo eso formó parte de Galería DUPP. Era el año 1997 y creé ese proyecto pedagógico con mis alumnos, porque ese acervo cultural no se recibe en la escuela, sino en contacto directo con las personas, a través de las relaciones interpersonales. Casi veinte años después esos cuadros son deudas, es como darles luz a esas piezas.
»Actualmente tengo dos estudios. El primero lo construí, forma parte de una casa en la que nació mi hija y ahora es como el almacén de estas piezas. Es un excelente refugio. Tiene buena energía. En esta expo hay etapas de mi vida que ya quemé y que al ver las obras tuve que revisitarlas, algunas dolorosas, pero al final la curaduría, que yo mismo hago, me ha traído alegrías.
»Lezama Lima, cuando le preguntaban sobre las influencias, decía que ellas venían como el mar, de muchas partes, que somos un país rodeado de aguas por todas partes. Borges también influyó. Me viene a la mente Antonio Vidal, un profesor de pintura muy riguroso y exigente. Era un crítico. Uno va aprendiendo muchas cosas. Otras influencias vienen de Flavio Garciandía, Marcel Duchamp, Bosch. Quizás el que más me ha influido sea Malévich. Él decía que había que reconstruir la ciudad cada veinte años.
»Como profesor no puedo dar una clase en frío. Para mí empieza hoy y se puede terminar tres días después. Di clases además en Alemania y en un hospital de Guatemala. Personas de diferentes disciplinas venían a trabajar conmigo al hospital. Hay mucha exploración humana, tocas puntos que tienen que ver con las relaciones interpersonales, cada persona demanda algo diferente a la otra. Uno como profesor dispone, pero también aprende. Soy uno más. Soy un puente intermedio entre el conocimiento que demanda el estudiante. Recuerdo que una vez estábamos en una Bienal y con una pareja de galeristas íbamos a un bar. Un día, la señora dijo que quería participar en una clase mía, y le dije: “Pero si llevo tres días dando clases, ¿no me has visto explicando?”. Lo que pasa es que los alumnos entran, salen. Me gusta iniciar las clases en desayuno, recorrer la ciudad en bicicleta con mis alumnos, bañarnos en la costa…
»Lo que más apasiona son precisamente las relaciones interpersonales, intercambiar con la gente, disfrutar un acontecimiento no en solitario. Mi trabajo académico también me apasiona. Las mejores obras que he hecho en mi vida han sido en colaboración con otros artistas.
»Hoy día hay muchos artistas buenos, pero hay muchas carreras prefabricadas. Artistas que no tienen obras y aun así el mercado les da oportunidades, fórmulas. Gente que se anuncia en revistas porque tienen dinero, pero no tienen gran obra, gente que compra arte sin conocer de arte, solo porque es bonito, agradable. También hay jóvenes en Cuba muy buenos. Siempre ha sido difícil abrirse un camino en el arte. Pero en Cuba es más fácil que en el resto del mundo porque hay curadores, profesores, instituciones que tienden a formar al joven, proponerlos.
»Fíjate que este no es un país donde se hagan muchas monografías de artistas consagrados. Los museos sí, pero las galerías no. Casi nunca hacen exposiciones de un artista muerto. Las galerías deberían promover esas obras y llevarlas a las ferias igual que hacen todas las galerías del mundo. Aquí no trabajan mucho con artistas consagrados; si es Premio Nacional, acaso el museo los trabaja, y no a todos. Me gustaría ver que los mantienen vivos a través de su colección. ¿Por qué no llevarse un Raúl Martínez a una feria? Es que no trabajan con el nombre. Tienen que presentar a artistas de cualquier edad.
»Quisiera que a mis obras se les diera ese tratamiento cuando ya no esté. No me gusta mucho la idea del libro, pero sí quisiera hacer uno de mi pedagogía, porque implica lo que hice con mis estudiantes, lo que hicieron ellos. No estoy hablando de mí solamente, estoy hablando de ellos. Me gustaría que alguien dijera: hay que hacer una monográfica de René Francisco, porque viene gente a descubrirte, en muchos casos gente que no te conocía, y ahí viene un interés investigativo. Y luego un soporte de la obra del artista que brindar a todo el que llega interesado, como tú».