Excellences Magazines Web Site
Luces y colores. Con Alma Maya

Volcanes que parecen trepar hasta el cielo, el paisaje frondoso, los fuertes colores de los tejidos típicos y algunas vestimentas tradicionales, la viva herencia Maya, la mirada noble y la anatomía ancestral de sus seres, rebosan el alma de esta tierra cuyo nombre en dialecto náhuatl significa «país de muchos árboles».

Para el viajero sensible y ávido, Guatemala es una bendición. La ciudad capital, principal puerta de entrada al país, si bien exhibe un hermoso presente, en el que se mezclan el pasado colonial, el fervor religioso y la modernidad, tiene una larga y azarosa historia marcada por los cambios de su emplazamiento original, que hablan por sí solos de la activa historia geológica del país. Fue fundada por primera vez en 1541 y movida de lugar a consecuencia de la destrucción provocada por un deslave del Volcán de Agua, con lo que sus pocos vecinos sobrevivientes recogieron los bártulos y avanzaron cinco kilómetros tierra adentro, donde alzaron las primeras paredes de lo que se conoce hoy como Antigua Guatemala, la que a partir de 1543 se convirtió en nueva capital y atrajo a más de 30 órdenes religiosas, ilustres arquitectos, alarifes hábiles y unos cuantos miles de habitantes. El tiempo y la prosperidad permitieron construir iglesias hermosas y magnos conventos con gruesos muros tapiales, una bella ciudad con plazas y jardines, edificios y fuentes, caminos bien trazados y mercados florecientes. Sin embargo, cuando estaba en su pleno apogeo, el 29 de julio de 1773, un sismo deshizo el estado de dicha de la capital guatemalteca; y el triste episodio que la historia había consignado poco más de 200 años atrás, se repetía. En el fértil y neblinoso Valle de la Ermita, fue refundada la ciudad en 1776 y allí sigue en pie hasta nuestros días. La Nueva Guatemala de la Asunción Aunque lo que más honor hace en estos tiempos al actual nombre de la capital de Guatemala es el barrio llamado Zona Viva y conocido también como Zona 10 –con altos edificios acristalados, boutiques de lujo y centros de negocio y ocio nocturno–, sus ambientes más bohemios, encantadores y poéticos, se encuentran precisamente en los barrios más antiguos. Ahí es donde está realmente el alma y el sabor de esta ciudad. La Plaza Mayor es uno de sus más hermosos espacios. Está enmarcada por la catedral Metropolitana y no lejos del Palacio Nacional de la Cultura, donde cada día a las 11 de la mañana, se celebra la singular ceremonia de la Rosa de la Paz, consistente en depositar una flor fresca de esta especie y color blanco sobre una escultura de bronce con forma de dos manos abiertas. Se descubre en las calles la especial predilección de los guatemaltecos por los colores vivos. De ellos tampoco escapan las iglesias, cuyas torres se alzan numerosas en naranja, amarillo, azul, marrón, rojo, pues cualquier color imaginable puede adornarlas, como a las alfombras típicas que tejen los descendientes de los mayas, esos artesanos hábiles que se encuentran donde quiera y en número abundante, en la Plaza Mayor. Grandes lugares y hermosos edificios tiene la Nueva Guatemala, pero uno es muy especial pues permite contemplarla desde un sitio privilegiado. Se trata del Cerrito del Carmen, pequeña ermita que hizo construir sobre una elevación en las afueras, cuenta la tradición oral, un peregrino español devoto de Santa Teresa de Ávila, y que ahora aparece rodeada de jardines coloridos y frescos árboles de frutas. Allí suben los vecinos y es un sitio muy romántico preferido por los más jóvenes que aprovechan las facilidades de un pequeño restaurantillo para tomar algo y conversar de amores y futuro. En cualquier caso, la mejor manera de sentirse a plenitud en esta hermosa ciudad es su Centro Histórico repleto de cafés, churrerías, tiendas, restaurantes y puestos ambulantes donde preparan tamales y tortillas. Aquí la ciudad vive, bulle, sobre calles de piedras y entre paredes de adobe, sin autos prácticamente por restricciones de las autoridades, mientras el sol se cuela a través de cúpulas centenarias, alumbra los patios interiores y en cada puerta y ventana cuelga una aldaba antigua o se deja ver la cabeza labrada de un gran clavo de bronce. Antigua Guatemala, escapada imprescindible No hay dudas: es el destino turístico por excelencia del país centroamericano y perdérselo es imperdonable. Está a una hora de camino por una buena carretera y para más facilidad, cada 15 minutos una línea de autobuses públicos cubre el trayecto desde la capital. La escoltan sus verdugos, los volcanes de Agua, de Fuego y Acatenango, que no son precisamente una imagen amenazadora desde hace mucho tiempo. La UNESCO la reconoció como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1979, pero para llegar allí esa ciudad debió vivir muy intensos años de recuperación a partir de 1830, cuando a ella volvieron algunos emprendedores guatemaltecos decididos a hacerla resurgir de sus ruinas. En lo adelante, alguna que otra vez Antigua Guatemala ha vuelto a ser perturbada por sismos y volcanes, y precisamente eso hace más admirables a sus laboriosos y hospitalarios habitantes, que la tratan de mantener lo más intacta posible. Hoy es una especie de gran museo vivo, con decenas de iglesias, ermitas, conventos e instituciones domésticas y sociales, buenos hoteles como el famoso Santo Domingo ubicado en una antigua sede religiosa, grandes espacios totalmente restaurados y una bien ganada imagen de ciudad limpia y amable, a la que se han mudado muchos extranjeros atraídos por su atmósfera apacible y sencilla para convertirla en su segunda residencia. Tiendas y mercadillos abundan en toda Antigua Guatemala y hoteles pequeños en casas privadas, lo que permite hacer estancia en ella, amanecer allí y dedicarle un paseo tranquilo, incluso de días, que es lo más recomendable, pues esta es una ciudad para andarla despacio, dejándose llevar a donde quiera que lo mínimo le atraiga: un puesto de frutas, unos músicos callejeros, la banda de música en la Plaza de Armas, el hatillo de artesanía de algún viandante indígena, una procesión, el olor a café o comida de algún bar o restaurante… el humano deseo de disfrutar una experiencia irrepetible.

Siempre en los primeros días de noviembre, en las ciudades de Santiago y de Supango, del departamento de Sacatepéquez, los pobladores levantan al cielo los llamados barriletes como gesto de bienvenida a los espíritus de sus familiares difuntos que en esos días, según la cosmología kaqchikel, deben visitarlos. Es la forma de guiarles y darles la bienvenida

Guatemala es un país dominado por montañas de origen volcánico y extensos bosques. Dos cordilleras discurren paralelas de oeste a este y del lado del Pacífico una larga cadena de volcanes más activos hacia el sur y donde se encuentra Tajamulco, el pico más alto de Centroamérica, con 4 220 metros sobre el nivel del mar.

Texto Eloy Dumois