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MexicoHeredero del mundo prehispánico

Aún son perceptibles las huellas de las grandes civilizaciones que imprimieron a México esa atmósfera entre irreal y terrena, ese rostro múltiple y diverso como arrullado por una cultura en la cual confluyen las fuerzas desatadas de la naturaleza, la pasión por las formas exactas y el fluido misterioso de la poesía.

La fuerza imaginativa, la potencia expresiva de las artes precortesianas se traslucen, de manera acabada y perfecta, en la imagen del México de hoy. esplendor y ocaso de lo prehispánico La saga del universo prehispánico es todavía un misterio, del que se ignora mucho más de lo que se conoce. El mundo primitivo tardaría unos 18.000 años en dar su primer gran salto: la civilización olmeca, nacida en la zona costera del golfo y extendida sobre parte de los actuales estados de Veracruz y Tabasco. Se calcula que su población llegó a alcanzar los 350.000 habitantes, con una forma propia de organización social y política, pero sobre todo un monumental avance cultural y artístico. Los olmecas constituyeron una cultura "madre", de ella se desprendieron las otras que florecieron en las restantes regiones de mesoamérica (centro y sur de México y norte de América central), Entre las cuales sobresale la teotihuacana, localizada en los valles de México y Puebla, y que llegaría a convertirse en la mayor civilización urbana del nuevo mundo. Su decadencia fue larga y paulatina. Asentada en un área de 20 km2, unos 200 años antes de nuestra era, emergió la esplendida Teotihuacan, cuyos restos aún perviven. Al contrario de los mayas, cuya vista esta puesta en los astros y las estrellas, los teotihuacanos se dejan absorber por el horizonte para rendir, en medio de esa inmensidad inconmensurable, culto supremo al dios Quetzalcoatl. Pero Teotihuacan fue invadida, saqueada, incendiada, aniquilada, por la mano del hombre en una acción consciente y organizada, cuyos motivos aún no se han podido desentrañar. Sólo subsisten hipótesis. Lo cierto es que la ciudad de belleza estremecedora cae y con ella el entramado humano sobre el que se asienta un sistema político y económico y una geografía unidas íntimamente por la religión, el elemento clave del mundo méxica. Emanada del florecimiento del poderío teotihuacano,se desarrolló otra gran cultura, la de los toltecas, diseminada sobre lo que hoy constituye el estado de hidalgo y una parte de Queretaro fue una cultura de gran refinamiento afianzada en la ciudad de Tula, de un arraigo avasallador que la llevó a extenderse hasta lo que es hoy América central, por obra de sus dioses y sus artistas. Al extinguirse la supremacía de los toltecas, un pequeño grupo, el de los méxicas, se estableció en 1325 en una islita del archipiélago de Texcoco, donde un siglo después cimentarían su poderío, a fuerza de tenacidad y habilidad, dominio militar y visión de futuro de algunos de sus gobernantes. A ello unieron su capacidad de absorber la cultura de los dominados. Fundaron Tenochtitlan (actual territorio donde se yergue la imponente capital de México) y convirtieron aquel menospreciado islote en el centro de una urbe portentosa. El sentido religioso de la existencia fue el motor impulsor del progreso de los méxicas o aztecas, apunta el historiador Héctor Tajonal, y paradójicamente también la razón de su caída. No puede ignorarse, por último, uno de los testimonios más impresionantes de la cultura antigua: la de los mayas asentados hacia el sureste, entre las selvas y los ríos de Chiapas y Quintana Roo, la misma selva intrincada que ha devorado muchos de sus descubrimientos y secretos. Herederos del legado artístico de los olmecas, llevaron las artes y la ciencia hasta sus cimas más altas para luego desaparecer misteriosamente. Todo el sureste de la república mexicana quedó cobijado bajo su cetro. Los sobreviven centros ceremoniales como el de Uxmal, en la península de Yucatán, erigidos en puntos inevitables de referencia y memoria. Bajo las riendas de Hernán Cortés, la colonización española trajo su impronta y arrasó con la opulencia de una civilización indígena que, en muchas esferas, sobrepasaba largamente a la de los invasores. Más allá de un análisis histórico o sociológico de lo que significó la colonización, lo cierto es que el choque de las dos civilizaciones, a raíz del cual la precortesiana fue devastada casi abrumadoramente, marcó con su impronta a México. Ello no significó la extinción, sin embargo, del sentimiento indigenista, componente esencial de una identidad nacional. Still perceivable are the traces of the great civilizations that gave Mexico an atmosphere that swings between the unreal and the earthly. The imaginative strength, the expressive power of pre-Cortesian arts are present in the image of today’s Mexico.