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El muralismo: milagro cultural mexicano

Los murales prehispánicos del México antiguo dejaron testimonios incomparables de muros pintados con técnicas indígenas propias, en los que sobresalen temas decorativos (pinturas de los edificios de Teotihuacán); mitológicos (murales de Mitla, Santa Rita, Tulum), e históricos o descriptivos (Teotihuacán y Chichén-Itzá). La segunda etapa del muralismo mexicano fue una de las manifestaciones más valiosas del arte virreinal y se expresó a través de la decoración de templos y conventos con pinturas murales durante el siglo XVI; en las centurias siguientes se echó al olvido este arte; las paredes fueron cubiertas con grandes capas de cal que ocultaban las pinturas, pero que contribuían a la vez a su conservación. Fue hacia mediados del siglo pasado cuando se produjo el descubrimiento de los murales mexicanos de la época colonial. La tercera etapa del muralismo fue cubierta por la pintura de la Revolución, de acento netamente nacional, en el que se descubren las huellas del pasado y las enseñanzas del arte universal, interpretadas al modo personal de cada artista. Se propusieron los muralistas combinar morfologías peculiares indígenas con técnicas europeas renacentistas (el fresco entre ellas) y con aportes estilísticos contemporáneos, asimilando el monumentalismo arquitectónico precortesiano, con el fin de lograr una expresión nativa y ecuménica a la vez.

El muralismo de la Revolución mexicana El período revolucionario comprendido entre 1920 y 1928, se inicia con una de las mayores muestras de nacionalismo en el arte: el muralismo. Bajo el lema de “nacionalizar la ciencia y mexicanizar el saber” había surgido años antes el Ateneo de la Juventud, sólido núcleo intelectual que indagaba en las raíces de México, en busca del alma nacional. Aunque la asociación sobrevivió solamente los primeros años de la Revolución, dejó simiente fecunda entre miembros destacados como José Vasconcelos y Diego Rivera; el primero, al ocupar la Secretaría de Educación Pública en 1921, comenzó a estimular la creación de enormes murales pictóricos que recrearan la historia de México, hablaran de la lucha de su pueblo, de la explotación sufrida y contribuyeran a una acción concientizadora. Diego Rivera, antiguo ateneísta; José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, trasladan a sus frescos los conflictos, las angustias, las esperanzas y la victoria del pueblo mexicano. En ellos aparece el personaje colectivo, la masa popular. Rivera no había vivido los años de insurrección en su tierra, y regresó cargado de las influencias de la vanguardia estética; Orozco retornó de los Estados Unidos, donde residía desde 1917, ya con una trayectoria definida; Alfaro Siqueiros se integró más tarde con la exaltación propia de juicios socializadores en el arte. Aunque divergentes en criterios estéticos e ideológicos, estaban aunados en la práctica por una idea fundamental: el logro de un lenguaje verdaderamente nacional. Esta pintura monumental, realizada en grandes paños murales es, ante todo, una pintura cívica hecha para las mayorías, tanto por su ubicación en grandes edificios públicos como por sus temas, íntimamente relacionados con la vida del país.

Diego Rivera: contradictorio y genial Se ha dicho que en él primó el político sobre el artista, pero fue hombre culto, de exquisito gusto, gran dominador de las técnicas pictóricas. En su pintura, aunque existen realizaciones de discutible valor, se destacan obras que han bastado para inmortalizarlo como extraordinario pintor del muralismo mexicano.

Algunos de los murales más significativos - Palacio Nacional de México. Frescos realizados por Rivera entre 1930-35. Ejemplo monumental del estilo y las ideas sociales, políticas y estéticas del pintor. Allí están los momentos positivos y negativos del desenvolvimiento histórico de México. El total de la superficie pintada es de 275.17 m cuadrados en los muros de la escalera de honor y 87.21 m cuadrados en los corredores. - La ex capilla de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo (cerca de Texcoco). La articulación entre las formas arquitectónicas y la de los temas, el colorido y el soplo de poesía que trasciende de cada detalle, hacen de “La tierra fecunda” la obra más completa y genial de Rivera. Después de visitarla, el famoso crítico de arte Louis Pierard expresó: “Chapingo es la Capilla Sixtina de la Revolución Mexicana”. La obra se completa con las pinturas en el edificio de la escuela (708.52 m cuadrados en total) y fue realizada entre 1926-27. - Museo de la Alameda México. D.F. En el comedor principal del Hotel del Prado, Rivera pintó entre 1947-48 uno de sus murales más interesantes, titulado “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, con una extensión de 72m cuadrados. En una de sus secciones - significativa metáfora plástica- aparecen entre otros, José Guadalupe Posada, precursor del neorrealismo en la escuela mexicana de pintura; Frida Kahlo, que había sido esposa de Rivera y a quien profesaba un gran cariño; José Martí, el Apóstol cubano y el propio pintor que se representa en su edad infantil. A raíz de los daños que sufrió el hotel durante el terremoto de 1985, el magnífico mural fue trasladado al museo de la Alameda, en la Avenida Juárez. Diego Rivera fue, en el movimiento artístico de México, un positivo desbrozador de caminos que cumplió a través de su obra lo que había expresado como propósito: “Ligar un gran pasado con lo que queremos que sea un gran futuro de México”.

Daisy Aportela