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"Un clamor Gourmet"

Muchas costumbres resultan de la asimilación popular de las bondades y beneficios de las creencias y sus atributos festivos. Devienen tradiciones cuyo origen y destino final llegan a disociarse. Es así que en no pocas ocasiones, prácticas de origen pagano se celebran en instituciones religiosas, mitos de teología arcaica se recrean en sus formas liberadas de sus contenidos originales.

Pasa así en todas partes. La navidad es un motivo de reunión familiar más allá de su comprensión románica o babilónica, católica o protestante. El fin de un año y otro año debutante son razones poderosas para el festejo. Algo termina. Algo comienza. “El año ha muerto. Larga vida al año”.

Muchas son las cábalas que se asocian a la celebración del cierre del año viejo y el advenimiento del nuevo. Comer una uva por cada una de las doce campanadas del reloj hará que los anhelos y aspiraciones se hagan realidad.Sentarse y volverse a parar al ritmo de las campanas trae matrimonio.

Recibir el año nuevo con dinero dentro de los zapatos nos reportará prosperidad económica. Usar la ropa interior al revés traerá ropa nueva. Un anillo de oro en la copa de champaña del brindis asegurará que no falte el dinero. Encender velas de colores dará sus frutos: las azules traen la paz; las amarillas, abundancia; las rojas, pasión; las verdes, salud; las blancas, claridad, y las naranjas, inteligencia. Sacar las maletas a la puerta de la casa traerá viajes.

Y es que el festejo del último día de diciembre (para nuestras culturas occidentales) es una invitación tácita de la esperanza que se expresa en la alegría del porvenir anhelado. La festividad del fin de año es el anticipo de la felicidad venidera que se engalana con el color y los matices de lo deseado.

La fiesta, decía Freud, es un exceso permitido y hasta ordenado, una violación solemne de ciertas prohibiciones. Liberación desbordada del buen ánimo, olvido de las asperezas relacionales, lujuria de la tolerancia, hegemonía de la sonrisa, rejuego sicalíptico de refinada insinuación libidinosa, son estos ingredientes intrínsecos de la noche vieja.

Una suerte de exorcismo o psicoterapia anual en la que nos agenciamos una buena dosis de salud mental. A las tensiones les decimos adiós. Los malos ratos quedan relegados a las sombras.

Supremacía de la mente positiva. Optimismo desbordante que argumenta con confianza la mirada prospectiva. Certeza de que algo bueno pasará en los próximos trescientos sesenta y cinco días.

Y para tales figuras principales – esperanza, felicidad, salud, optimismo - es imprescindible un fondo de merecido soporte. Un ambiente que por su calidez y exquisitez distinga la celebración. Un escenario construido con todos los ingredientes del buen gusto, de la sensibilidad, del placer. La noche de fin de año trae consigo un clamor gourmet.

Se pensará quizás en la experiencia privilegiada de las «cuasiaristocracias», o en los especializados laberintos del arte gastronómico. En el descorche de recipientes santificados por néctares supremos al alcance solo de los dioses. En finas tramas de tejido superior para deslizar, con mano acusadamente educada, por la comisura de los labios.

Y un discretamente espléndido mantel armoniosamente dispuesto para dar sosiego a una cristalería profusa que realza la porcelana especialmente elegida y custodiada por la labrada plata. Pero el clamor gourmet no es una alucinación imponderable.

Se trata sencillamente de dejar entrar el glamour en la vida cotidiana. El mismo escenario doméstico conquistado ahora para una escenografía distinta. Sustituir la que testimonia rutina cotidiana, irreversibilidad del tiempo, por otra que denota y connota precisamente la naturaleza de la festividad. Que dibuja con lo posible el placer de lo deseado.

Que retoca con detalles, que dispone sentimientos y no solo instrumentos. Que por sobre todas las cosas elige. Porque el gourmet es el arte de la selección, del elegir adecuado, de pensar en lo que se siente para hacer lo que se va a sentir.

Dicho en respetuosa paráfrasis: hay también «un gourmet con todos y para el bien de todos». Cultivarlo es dar una nueva dimensión a nuestra vida. Aderezarla con sensaciones que por placenteras nos llevan de la mano al bienestar subjetivo. Empezar ahora que termina lo que comienza es una sabia decisión. Acepte la invitación gourmet de año nuevo.

Prof. Manuel Calviño