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- Hospedajes y hoteles en La Habana Colonial

El término «hotel», estandarizado desde los años cuarenta del siglo XIX, resultaba un eufemismo para definir las fondas y casas de huéspedes en La Habana, situación que se mantuvo inamovible hasta la década del sesenta de dicha centuria

La Habana fue una de las capitales más frecuentadas de América debido al constante ir y venir de navíos y al arribo, desde el siglo XVI, de extranjeros, mercaderes y marinos. Desde tempranas fechas fueron comunes los viajes a la urbe con fines de negocios, comerciales o de ocio, especialmente a partir de 1818 con la declaración de la libertad de comercio y el levantamiento del estanco del tabaco.
En las primeras décadas del siglo XIX, la mayoría de los viajeros que venían a la villa estaban provistos de cartas de recomendación o invitaciones de las familias ricas, aval que allanaba el camino ante las autoridades coloniales. Mientras que la pobreza, la escasa experiencia en el servicio, así como el insuficiente confort caracterizaba las primitivas fondas y casas de huéspedes, que casi en su totalidad se encontraban administradas por españoles. A esta decadente actividad hostelera, se enfrentó la competencia de propietarios norteamericanos. Fue entonces que tomaron auge establecimientos como una renombrada fonda ubicada en el No. 67 de la calle Inquisidor, cuyas habitaciones se alquilaban en 1839 por 3 dólares diarios.
Culminada la primera mitad del siglo, el crecimiento del número de visitantes continuó e impuso la adopción de nuevas ofertas y alojamientos, muchos de los cuales asumieron el gusto norteamericano. Los empresarios, viendo la necesidad de ofertar un servicio hotelero con mayor calidad, invirtieron en el mejoramiento de sus inmuebles para obtener mayores ganancias. Habitaciones holgadas y bien decoradas, un trato cordial y una exquisita gastronomía avalarían la excelencia de sus hospederías. También se requería de publicidad y los diarios fueron la plataforma idónea para la propaganda de sus progresos.
Antes de mediar el siglo, Cuba se convirtió en un destino de turismo terapéutico estacional, y el dominio de empresarios extranjeros, en particular norteamericanos en el sector hotelero de la ciudad, era incuestionable. Administraban las mejores casas de huéspedes y las mantenían ocupadas durante gran parte del año. Ayudaron a esto las numerosas líneas de vapores que enlazaban a La Habana con ciudades como Nueva Orleans, Charleston, Savannah, Filadelfia o Nueva York. El turismo norteamericano aumentó, y Cuba, por su proximidad geográfica a los Estados Unidos, se convirtió en su destino natural.
El término «hotel», estandarizado desde los años cuarenta, resultaba un eufemismo
para definir las fondas y casas de huéspedes de la ciudad. Hubo que esperar hasta los años sesenta para establecer una verdadera correspondencia entre su significado y los inmuebles construidos o acondicionados con ese fin. Fue entonces que por estas fechas surgieron en la ciudad los primeros verdaderos hoteles, de los cuales algunos se mantienen en funcionamiento en la actualidad.

Hotel Telégrafo
Desde 1836 se conoce de la existencia de un popular establecimiento en la céntrica esquina de Prado y Neptuno, el Café de Argel, nombre vinculado a la moda árabe existente en La Habana por aquellos días. La edificación fue heredada por Alejandro López, sobrino de Juan López del Barrio, quien había comprado la casa a Don Francisco del Campo en 1845. Su nuevo dueño, decidió transformar el antiguo café en el moderno Hotel Telégrafo, inaugurado entre 1858 y 1863. Don Alejandro López falleció en 1886 dejando todos sus bienes a su hijo Román Carlos López y Hoyos. Alrededor de estos años se estableció otro negocio dentro de la edificación, probablemente en los salones de la planta baja: Los Helados de París, que devendría sitio de reunión de la aristocracia habanera durante las primeras décadas del siglo XX. Todas las crónicas aparecidas en la prensa se refirieron este hotel como uno de los más encantadores de la ciudad.


Hotel Santa Isabel, Palacio de los Condes de Santovenia
Desde principios del siglo XVIII, existía un inmueble en la calle Baratillo, entre Narciso López y Obispo al que en 1784 le fueron añadidos portales semejantes a los del Palacio del Segundo Cabo. A comienzos del siglo XIX, la casa fue adquirida por Nicolás Martínez de Campos y González del Álamo, primer Conde de Santovenia, el cual realizó una serie de transformaciones al palacio dotándolo de su aspecto moderno. En septiembre de 1867 el coronel norteamericano Luis Lay alquiló el palacio y lo convirtió en el Hotel Santa Isabel, que tuvo una sede anterior en la calle Habana 136 (antiguo), entre Muralla y Teniente Rey, destinado a la clientela norteamericana. José Martínez de Campos y Martín Medina, tercer Conde de Santovenia, vendió la mansión a Pedro Victoriano Morales y Santa Cruz. Los dueños se sucedieron, y en el siglo XX dejó de funcionar como hotel, hasta su restauración y nueva puesta en funciones por la Oficina del Historiador de la Ciudad hacia la década de los 90.

Hotel Pasaje
El hotel «Pasaje» era un edificio de dos plantas construido hacia 1871 por la familia Zequeira y Zequeira en el Paseo del Prado. Fue la primera instalación hotelera construida especialmente para este fin. También fue el primer establecimiento hotelero dotado en la Isla con un elevador hidráulico. Su frente daba al Prado; el fondo salía a la calle Zulueta y a lo largo del hotel, con salida a ambas calles, corría una galería cubierta con una estructura de hierro y vidrio y que daba cabida a varios establecimientos de comercio y servicio, entre estos la editorial «Flérida Galante», de libros pornográficos. Tenía la galería en sus dos umbrales arcadas monumentales. En 1899, el hotel añadió 40 nuevas habitaciones, un cuarto piso, un ascensor eléctrico, y basó su estilo en las habitaciones de los hoteles americanos. Por la excelencia, lujo de su servicio y confortables habitaciones, donde predominaba el color azul, era el hotel preferido de los norteamericanos. Fueron huéspedes de este hotel personalidades como los Generales Grant y Sherman, el expresidente Cleveland, Willian K. Vanderbilt e incluso el Conde de París.

Hotel Inglaterra
En sus inicios fue conocido como Café y Salón Escauriza, edificación de dos pisos construida en 1844. El Café cambió de nombre al comprarlo en 1863 Don Joaquín Payret, quién lo reconoció como Le Louvre, nombre que sufrió una castellanización, quedando como El Louvre. En 1875, Payret vendió el Café para construir un teatro. Ya desde ese momento existía una edificación que albergaba al Le Grand Hotel y el Restaurante Inglaterra. En 1886, el capitán del Ejército Español Don Francisco Villamil arrendó el inmueble, que ya estaba unificado, y le adicionó la tercera planta, surgiendo así el hotel de los hoteles de La Habana. En 1890, cuando su esplendor ascendía con mosaicos refulgentes adornados en oro fabricados en Sevilla y con rejas repujadas, se hospedó en él, por casi 6 meses, el General Antonio Maceo. En diciembre de ese mismo año arribó al Inglaterra como corresponsal del Daily Graphic el joven Sir Winston Churchill. Este hotel puso por primera vez a disposición de los huéspedes el servicio de restaurante a la carta, pues aunque se brindaba alimentación y se contaba con la opción de degustar buenos vinos españoles, nunca se había tenido la libertad de escoger lo que se consumía.
A pesar de esta expansión inicial de la función hotelera, a inicios del siglo XX las capacidades de alojamiento en La Habana y en las principales ciudades del país eran muy limitadas, por lo que todavía jugaban un papel considerable las casas de huéspedes.

REALIZADO CON LA COLABORACIÓN DE LA OFICINA DEL HISTORIADOR DE LA CIUDAD DE LA HABANA