En Cuba la formación de la nacionalidad mucho debe al azúcar. La ancestral repostería hispánica encontró uno de sus más fecundos espacios para proliferar en este país. La llegada de la cruz, la espada y otras novedades de los conquistadores, como aquello de traer y plantar la caña de azúcar, dio lugar a la presencia del elemento imprescindible para lograr lo dulce.
Asimismo, resultó decisiva la influencia de los esclavos africanos destinados a las labores domésticas, como la cocina. Los cocineros, con esa inevitable magia que los caracteriza, de ponernos a comer lo que a ellos les gusta, la dieta de estos servidores a la fuerza (arroz, viandas, harina de maíz, tasajo, bacalao y alimentos de alto dulzor) pasó a formar parte esencial de la cocina cubana tradicional.
Por suerte, las recetas de repostería no quedaron detenidas ni en siglos anteriores ni fuera de esta Isla Grande, pródiga en dulzura. Dulzura, tanto en gentes con talento para agradar, como en cosas buenas de comer, consecuencia natural de una flora privilegiada en frutas, junto al azúcar de caña como tradición y cultura, que engendran una lista casi enciclopédica de postres y golosinas criollas.
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