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- Una inmersión en la historia.

En el letargo de más de 112 años parece reposar, adormecido en un lecho de arena, un magnífico exponente de la estirpe de los cruceros Garibaldi.

¿Quién hubiera imaginado que el crucero acorazado Cristóbal Colón, ese bello y poderoso prototipo de la armada hispana, orgullo de la corona y el almirantazgo español, tendría marcado ya su fatal y prematuro destino en la guerra hispano-cubano norteamericana de 1898?
Botado al agua en los astilleros de Sestri Ponenti en Génova, el 16 de septiembre de 1896, sucumbiría dos años después ante la superioridad de la escuadra estadounidense, condenado por la insensatez y el absurdo orgullo de quienes desde la península ibérica decidieron su trágico final.
En marcado juego de coincidencias históricas y onomásticas, con el Colón se hundieron más de cuatro siglos de presencia española en La América, conquistada y puesta a los pies de la corona por el almirante genovés Cristóbal Colón. A pocas millas de él, a lo largo de la costa sur oriental de Cuba, se encuentra el resto de los pecios de la escuadra comandada por el vicealmirante Juan Pascual Cervera y Topete.
Muchos historiadores coinciden en destacar que el conflicto político-militar en España y Estados Unidos de América fue el acontecimiento internacional más importante de finales del siglo XIX, pues modificó no solo la historia de las naciones beligerantes (Filipinas, Puerto Rico, Cuba, Estados Unidos y España); sino que comenzó a cambiar el escenario geopolítico mundial. Estados Unidos se estrenaba como nueva potencia y comenzaba a tener una significativa influencia en los destinos del mundo.
Las playas La mula, Juan González, Bueycabón, Rancho Cruz, Mar Verde y la propia rada santiaguera constituyen sitios arqueológicos en los que yacen, con diferentes grados de conservación, y colapsados por el tiempo y la historia, los restos de lo que fuera la temida escuadra de operaciones de las Antillas: los cruceros acorazados “Cristóbal Colón”, “Almirante Oquendo” y “Vizcaya”; los destructores “Furor” y “Plutón” y el norteamericano “Merrimac”, carbonero utilizado un mes antes del combate como elemento principal para obstruir con su hundimiento el canal de salida de la bahía santiaguera.
Hoy constituye una oportunidad para el buceo técnico. Resulta singular también que el elemento que desencadena el conflicto fuera el hundimiento de un barco, en este caso la misteriosa explosión del acorazado Maine en la bahía habanera el 15 de febrero de 1898. Aún existen diferentes opiniones y discrepancias por el origen y las causas del siniestro, no así con el consenso de que fuera manipulado por la prensa de la época y los políticos de las partes beligerantes.
Es un privilegio disfrutar de las inmersiones en estos pecios ubicados en un entorno de espectacular belleza en el que la cordillera de la Sierra Maestra irrumpe en el Caribe de manera abrupta e irregular, sesgada por cañones y cauces de ríos y estuarios que se extienden en deltas tapizados de cantos rodados y zonas bajas, que forman humedales cubiertos de manglares al abrigo de ensenadas y caletas vírgenes.
Al sumergirnos en la trampa de las jarcias y herrajes de las arboladuras, mástiles con sus cofas, calderas que enseñan su flucería descubierta por la acción del mar y la intemperie, cañones y municiones de diferentes calibres, denotan de inmediato el origen de estas máquinas diseñadas para el combate. Nos sobrecoge la emoción al pensar que junto a estos restos perecieron más de 300 oficiales y marinos españoles, obligados al sacrificio para supuestamente salvar la honra del imperio español y justificar la pérdida de la guerra.
Los escenarios del conflicto hoy se yerguen incólumes en Santiago de Cuba: las playas Siboney y Daiquirí, por donde desembarcaran las tropas norteamericanas; Aserradero, donde queda planteada la estrategia cubana que permitiría a los jefes estadounidense general Shafter y almirante Sampson tomar la ciudad; Las Guásimas, donde se combatió crudamente para avanzar hacia la ciudad o el Fuerte del Viso, la Loma del caldero y La Loma de San Juan, este último convertido en un conjunto monumentario para rendir homenaje a los soldados de los tres ejércitos.
Hoy, bajo la sombra de una esbelta ceiba en San Juan, circunvalada por una trinchera de fusiles maúser, con sus bayonetas caladas y escoltadas por cañones de bronces, gigantescos libros destacan a relieve los nombres de los soldados heridos y muertos. Frente al Árbol de la Paz o de la Capitulación, sobre columnas de mármol, está la airosa carta del general cubano Calixto García; patriótico documento donde quedaban patentados los derechos del Ejército Libertador.
Es un privilegio conocer la historia a través de estos excepcionales testigos de los acontecimientos y descifrar el lenguaje que nos legan: un  tesoro del patrimonio cultural subacuático, en el que se conservan el derecho de las futura generaciones de penetrar en una página transparente de la historia universal.

Lic. Vicente gonzalez díaz