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Entrar en Puntas AL PAÍS DE LOS CUENTOS

Son pasadas las cuatro de la tarde de un miércoles cualquiera. En el centro del tabloncillo, una docena de alumnos de… tres, cuatro, cinco, seis años dan la vuelta en punta de pies, con los brazos levantados, mientras inhalan hasta llenar sus pulmones. A un lado, la profesora observa y corrige cada movimiento “Émily, levanta más la barbilla”;

“Jóse, no te quedes atrás”… Iraida Malberti ha sido por muchos, muchísimos años, la directora del Ballet Infantil de la Televisión Cubana. Sus otros dos avales indiscutibles para estar aquí serían: el de haber parido a ese niño de cualquier edad que responde al nombre de Tim Cremata, y el dar a luz a La Colmenita misma. Pero hoy nos interesa la Iraida menos conocida, la simple profesora del taller de ballet. Ella tiene mucho que decir, porque ya lo probó con el hacer:

–Nuestro objetivo -explica- no es preparar bailarines que actúen, sino actores que bailen. Pero es dif ícil distinguir lo uno de lo otro. El bailarín es también un actor, sólo que se expresa con el movimiento de su cuerpo; con un vocabulario especial, que el público comprende perfectamente.

Las grandes obras de ballet son casi todas cuentos de hadas, pero narrados en el idioma de la danza. –De ahí que es esencial, para un actor o actriz que se respete, partir del abecé que signifi ca el ballet. Dominar su cuerpo, expresarse con él, así como ejecutar en la escena los movimientos con la plasticidad necesaria, y bailar bien al compás de la música, son elementos indispensables –asegura.

La “abeja reina”, como muchos de los viejos colmeneros la llaman, recuerda cómo Malú Tarrau, la pequeña protagonista de la película ¡Viva Cuba!, y una de las actrices más exitosas de La Colmenita, le debió mucho al ballet para lograr “su forma de caminar, su elegancia, su actitud…

Eso se va adquiriendo desde la primera clase; y se nota enseguida. Como todo lo que se hace en la compañía que dirige su hijo, en las clases de Iraida se aprende jugando, o se juega aprendiendo. Excelente y experimentada pedagoga, ella también se divierte y encamina la llamada “edad de los roles”. Con sus ojos jóvenes, voz de conspiradora, y una sonrisa casi infantil, nos revela algunos de sus secretos:

–Un niño se monta en una escoba, te dice que es un caballo, y sale relinchando; pero no se te ocurra montarlo tú y pedirle que cabalgue, porque no lo va a hacer. El niño debe incorporar primero el personaje. Nuestra labor, en ese sentido, debe ser paciente y diferenciada. A los varones, por ejemplo, les recalco sus roles como el soldado, el payaso, el leñador, el lobo. Las hembritas son princesas, bailarinas, maticas… –Disfruto el taller, todos y cada uno de sus momentos.

Y, aunque soy muy exigente, yo siento que los niños me quieren, y se alegran con mi clase, –concluye. En unos minutos, Laurita va a ser la Cenicienta y Luisito el príncipe. Marla, Daniela, Lucía y las demás niñas son las fl orecitas del bosque, y los varones sus árboles. La música clásica inunda la sala. Comienza el movimiento, el vals, el viento, las hojas… Los “chiquiticos” del taller de ballet se olvidan del mundo real y, en punta de pies, de la mano de Iraida, entran en el país de los cuentos..

“Las grandes obras de ballet son casi todas cuentos de hadas, pero narrados en el idioma de la danza”

Alfredo Chacón