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Tambores de Barlobento

Los tambores salen de los armarios, ocupan los patios, congregan a oficiantes de la percusión y simples curiosos, se restañan las heridas del cuero largamente golpeado por manos callosas y hábiles. Todo acontece en vísperas de la celebración de San Juan, fecha en que la música se desata con aires profanos en esa región. Pero puede suceder también en torno a la festividad de Corpus Christi o, a estas alturas, cualquier día en que el cuerpo y el alma pidan una buena cumbancha. Tanta y grande es la fama de los tambores de Barlovento, nombre de esa franja del litoral venezolano donde se halla una de las más significativas comunidades de afrodescendientes en esa nación, y a su vez uno de los núcleos más singulares de mestizaje cultural afroamericano de la ribera atlántica de América del Sur. Traídos directamente de África como mano de obra esclava y más tarde, luego de la independencia de la metrópoli española, vinculados a la explotación de las plantaciones de cacao, Barlovento vio concentrarse desde finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX a grandes poblaciones negras, mayoritariamente portadores de los legados congo y dahomeyano. Esto último es importante para definir las particularidades de los tambores y el carácter de la música folclórica, a diferencia de otros territorios caribeños, y del mismo Brasil, donde la presencia de la cultura yorubá alcanzó un rango de primer orden. Veamos, en primer lugar, cuáles y cómo son los tambores barloventeños. El conjunto más extendido se denomina culo e' puya, conformado por tres instrumentos: la prima, de diámetro menor y fina estructura, para resaltar el timbre agudo; el cruzao de sonido un poco más grave completa la base rítmica junto con la prima, lleva el tiempo pero también puede improvisar; y el pujao, con resonancias de bajo, encargado de inventar la melodía. Se ejecutan apoyando un extremo en el piso y sosteniéndolos entre las piernas, con una baqueta y la mano. Luego es muy popular el mina, totalmente cilíndrico, que se coloca inclinado sobre dos palos cruzados y amarrados que sirven como soporte. Se afina con clavijas que se introducen en huecos en el cuerpo del tambor amarradas con las cuerdas que soportan el cuero. Y está la curbata, de dimensiones más reducidas. Más allá del hecho folclórico, el sonido de los tambores de Barlovento ha influido en otras zonas de la creación musical venezolana. Los casos más prominentes son los del percusionista Orlando Poleo y el vibrafonista Alfredo Naranjo. Poleo, considerado por la crítica por sus relevantes aportes al desarrollo más reciente del jazz latino, se ha dedicado a experimentar con el crece de los culo e' puya y las tumbadoras o congas, con meritorios resultados. Con la grabación de la pieza Mina Miles, en el disco Afrovenezuelan Jazz, el maestro Naranjo consagró una fusión de alto vuelo, al mezclar la rítmica del tambor mina con la inventiva melódica del gran trompetista norteamericano Miles Davis. De manera curiosa el golpeteo de los tambores y el compás de los malembes sanjuaneros, inspiró la lírica del gran poeta cubano Nicolás Guillén: «Cuelga colgada, / cuelga en el viento, / la gorda luna de Barlovento. // Sobre una palma, / verde abanico, / duerme un zamuro / de negro pico. // Blanca y cansada / la gorda luna / cuelga colgada». Pero, sin lugar a dudas, el conocimiento universal de este hecho folclórico-popular proviene de una canción que se interpreta en diversos confines del mundo: Barlovento, de Eduardo Serrano. Muchas personas, sin siquiera haber puesto un pieen Curiepe o Caucagua, han oído la letra que dice "Barlovento, Barlovento tierra ardiente del tambor…".

PEDRO DE LA HOZ