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Un día en la Colmenita

Acto uno, escena uno: la mañana y algunos de los que son… Esta debiera ser una mañana tranquila pero ello es impensable en un panal. Desde temprano, a la casona del Vedado van llegando sus trabajadores.

Por allá Lupe, por acá Lourdes, luego Ingrid y Nenita… Algunas de ellas vinieron por primera vez siendo sólo madres de niños y niñas que querían jugar a la actuación. Ahora parecen ofi cinistas de primera, pero son también, respectivamente: productora, asistente de producción, de dirección, y directora del teatro…

Llegan también el Yoqui, Calle, Andrés, Luis Manuel… son igualmente lo mismo actores que diseñadores de luces, escenógrafos, choferes, administradores, y -casi siempre- papás de alguna abejita o “abejito”… Ninguno pregunta qué hacer; por la tarde habrá ensayo y luego actuación, así que todo está claro.

Eso lo saben bien Magaly, Anmerix, Gisela y Mayra, que “se cuelan” desde temprano en vestuario; y si hay que coser, cosen, y si hay que inventar, inventan… Aquí se mezclan nuevamente las madres y las abuelas… En La Colmenita todos son uno y uno son todos…

En el estudio de grabación, Patricia y Janet organizan micrófonos y cables. La pequeña María Carla aprovecha que su mamá no la mira, y da una “vuelta de carnera”, luego baila como mismo lo hace en escena. Nació casi entre bambalinas y, con sus tres años, es ya una “actriz consagrada”. La culpa la tienen Janet y su esposo Tim, ese papá que María Carla debe compartir con otros miles de niños cubanos y de todo el mundo.

Acto dos, escena dos: listos para volar... Precisamente Tim Cremata y su mamá Iraida Malberti “la Abeja Reina”, se asoman por la puerta. Están conspirando… seguramente un nuevo espectáculo musical, porque vienen también acompañados por el primo Amaury.

Pasan las doce del mediodía. Todo va a cambiar. Ya se sienten el murmullo, los pasos y las carreras por la escalera. Llegan ellos: los niños mayores. Vienen con sus uniformes escolares y las mochilas colgadas a las espaldas. Tere apura el almuerzo, Alpízar,

Marta y Odalis la ayudan en la cocina, sirven las bandejas de colores… Comienzan a subir los más pequeñitos, vienen de la mano de sus padres. Besos y saludos, saludos y besos…

El zumbido de voces y sonrisas infantiles va animando el panal. Unos almuerzan, otros simplemente revolotean por el patio o juegan en el jardín. Los trabajadores y los padres (o viceversa) están recogiendo lo que deben llevarse esta tarde hacia al teatro. “Tere, el pollo te quedó riquiiiiísimo.”… “¡Mamaaaaá, pipiiii!”… Desde algún lugar lejano, el ómnibus escolar, largo y blanco, inicia su recorrido por la ciudad. Chicos y mayores son recogidos en varios puntos de La Habana. Todos convergen en la casona. Ya comienzan a bajar las cosas. “Caballeros, apúrense que el ensayo es a las dos” En unos minutos más, La Colmenita estará lista para salir a volar.

Acto tres, escena tres: la apoteosis... Hay un lugar único en La Habana Vieja, en el mismo centro histórico de la capital cubana, que todavía no aparece en las guías de turismo ni en los recorridos de ciudad. Es el teatro de la Orden III, perteneciente al Complejo Cultural del Convento de San Francisco de Asís. Dicho así parece muy importante, pero lo es mucho más. Entremos despacito, las luces están apagadas… ¡silencio!, los niños están en escena… La Cenicienta según los Beatles... Hay un ratón hablando: “Es el momento del Happy end”…

Se encienden las luces. Sí, es el fi nal feliz. Los Beatles verdaderos actúan en la pantalla, en la escena los acompañan un montón de pequeños, encabezados por los ratones Ringo, Paul, George y John. Los niños cantan y bailan; también todos los que están en el público.

Es la apoteosis. Las abejitas de los créditos suben y bajan sus carteles. Los padres también cantan, aplauden, y... muy discretamente… se secan las lágrimas… El telón se cierra… Y vuelve a abrirse otra vez…

Alfredo Chacón