Excellences Magazines Web Site
Un piano rodeado de tambores

Un buen día Bebo se ausentó de un ensayos y el niño ocupó la banqueta, miró la partitura que reposaba en el atril y reprodujo las notas escritas. La anécdota ha quedado como una de esas leyendas que tratan de explicar al genio; lo cierto es que a los 61 años de una edad que se mide en términos de juventud, Chucho Valdés piensa sentarse miles de veces más ante un piano para ejercer el prodigio del encantamiento. El tamaño de su éxito puede medirse en los términos de un reconocimiento que va más allá del ámbito del jazz latino o jazz afrocubano, como se llamó a la fusión del bebop con la música cubana a fines de los años 40 del pasado siglo, cuando Dizzy Gillespie, Mario Bauzá y Chano Pozo triangularon sus talentos en Neva York. En la más reciente clasificación de la revista Down Beat, Chucho estaba entre los 12 creadores del año 2002, y en interpretación pianística en la 6ª posición. Ha merecido el Grammy en cuatro ocasiones: 1979 con Irakere; 1996 con la orquesta Crisol, una banda cubano-norteamericana colidereada por el trompetista Roy Hargrove, 2001 con Live in the Village Vanguard (Chucho, piano; Raúl Piñeda, batería; Roberto Vizcaíno, tumbadoras y batá; Francisco Rubio, bajo; y Mayra Caridad Valdés, voz) y 2002, el Grammy Latino, con Canciones inéditas, un fonograma a piano grabado por la EGREM en La Habana, y que ya había conquistado el Premio Cubadisco en Música Popular Instrumental. El cuarteto que integra con el bajista Lázaro Rivero, el baterista Ramsés Rodríguez y el conguero Yaroldi Abreu, al que se ha sumado en las presentaciones su hermana Mayra Valdés, ha hecho delirar en el 2002 a auditorios de Madrid, Barcelona, Londres, Johannesburgo o Ciudad del Cabo. La más reciente hazaña del artista fue registrada por el sello Blue Note Fantasía cubana, formidable recorrido musical en el que Chucho va de Lecuona a Debussy, únicamente armado de su teclado. Abordado por Excelencias Turísticas del Caribe, el maestro opinó sobre la necesidad de entregarse a fondo en la creación: "Por mucho talento que uno tenga, el estudio es esencial para desarrollarlo. Sin estudio no se puede hablar de maestría. Yo tuve dos suertes; la primera, la de ser hijo de un músico tremendo y crecer en un medio donde el respeto y la admiración hacia la música en general, y a la música cubana en particular, era una norma. La segunda, haber tenido profesores que me enseñaron de música y de la actitud que uno debe tener hacia la música. Recuerdo a Oscar Boufartigue, con quien aprendí los rudimentos, y a Zenaida Romeu —sí, la madre de Zenaidita, la directora de la Camerata— y a Rosario Franco, hija de uno de los intelectuales más preclaros que dio el siglo cubano anterior, el mejor estudioso de Maceo. Creo haberlo contado antes —continúa— pero vale lo que me dijo Zenaida en mi primera clase. Me pidió que tocara algo y yo, que me creía el bárbaro de la velocidad, hice una pieza rapidísima. Ella me dijo inmediatamente: eso es habilidad pero no música. La música está en la expresión; vamos a trabajar en esa dirección. Yo estudio todos los días durante largas horas; el día que no estudio, me siento mal." ¿Cual es la clave del jazz? ¿Memoria o improvisación? "Todo el mundo tiene sus secretos en la improvisación, que es el alma del jazz. Se parte de determinado plan, a partir, desde luego, del tema musical, porque no se puede actuar a lo loco. Yo diría que para improvisar se necesitan tres cosas: inspiración, cultura musical y un sentido especial para captar lo que el ambiente te está pidiendo. En el caso de un pianista cubano como yo, tienes que saber que antes de tu llegada ha habido una historia muy grande del instrumento en tu país. Al mismo tiempo que estás tocando, hay muchos otros en tu país y en el mundo que están creando. Se trata de que esa cultura la incorpores como algo propio de tu naturaleza." ¿Influencias, deudas artísticas? "Me vienen a la memoria demasiados nombres como piezas decisivas en el jazz cubano. Hay que ver también lo que se mueve detrás, porque Lecuona no era jazzista pero concibió una rítmica y un sentido de la cubanía que no puede pasarse por alto para hacer jazz. Pero más que pianistas, lo que yo oigo es la percusión, a esos que han aportado en ese terreno, ya sean conocidos o gente común, le presto mucha atención. Yo admiro tanto a Tata como a los que tocan los tambores sagrados. De todos aprendo. He tenido la suerte de tener en mis agrupaciones a tumbadores magistrales como Jorge "El Niño" Alfonso, Miguel Angá, Roberto Vizcaíno y ahora a Yaroldi Abreu." ¿Se siente de la cultura caribeña? "Es una cuestión de identidad. Yo soy cubano, pero todo cubano que se mueve en el ámbito de la música, es muy caribeño. Formamos una unidad de culturas que se entrecruzan, tanto en las islas donde se habla francés, inglés como en las que se expresan en español o papiamento. No hace mucho participé en el festival Jazz Gourmet, en Saint Marteen. Muchos turistas europeos fueron a apreciar cómo esas culturas populares del Caribe se funden con el jazz y le dan un toque especial." ¿Algún mensaje especial para los lectores de la revista? "Tengan confianza en el futuro de la música cubana y la de los pueblos antillanos."

"Por mucho talento que uno tenga, el estudio es esencial para desarrollarlo”

Pedro de la Hoz